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Ana Delia Arceo murió en agosto de 2015 con 76 años y 25 kilos de peso. No podía andar ni valerse por sí misma; tenía desnutrición, anemia severa, úlceras infectadas y bronconeumonía. Convivía con su hijo, su nuera y su nieto, pero, a pesar de ... su estado, nadie la llevó durante un año al centro de salud que había a pocos metros de su casa, en Santa Cruz de Tenerife. Dos hermanos fueron condenados a 17 años de prisión por un delito de homicidio por haber abandonado a su padre, de 71 años, y con problemas de alzhéimer, hasta dejarlo morir solo en su domicilio de Valencia. Pedro Blasco admitió en 2017 que asfixió a su madre de 88 años con una almohada en Pozondón (Teruel), emparedando el cadáver, para seguir cobrando su pensión. Herminio Laguillo ha sido condenado esta semana a 16 años de cárcel por homicidio doloso tras haber dejado morir a su madre de 85 años, en abandono a pesar de que vivía con ella en su casa de Torrelavega.
En estos y otros casos, ¿no fuimos conscientes de lo que les estaba ocurriendo a estos ancianos? ¿Nunca advertimos alguna actitud extraña en esos hijos homicidas? Quizás imaginábamos que seguramente 'algo' no iba bien, pero decidimos no meternos en causa ajena. La falta de empatía y de compasión, el narcisismo y el individualismo que impregna nuestra sociedad nos hace cómplices de lo malo que ocurre a nuestro lado.
Vivimos en un mundo acelerado, donde las conexiones con nuestros vecinos se han teñido de egoísmo e individualismo, sin saber que mantener una mínima conexión con nuestros próximos, preocuparnos por lo que podría sucederles, seguramente mejoraría nuestra salud mental, aumentando la empatía, esa virtud que nos hace ponernos en el lugar del otro, que nos lleva a compartir y a preocuparnos por lo que pudiera estar sucediendo en sus vidas. El individualismo exacerbado que se ha imbricado en nuestras vidas ha impregnado a nuestra sociedad convirtiéndola en un peligroso contaminante, desoyendo además a quienes, tras estudiar este fenómeno, aseguran que preocuparnos por nuestros vecinos y conocidos nos haría más felices y mejores personas.
Por el contrario, nos obstinamos en mirar hacia otro lado, convirtiéndonos en cómplices de situaciones de violencia y abandono y el silencio es una forma sutil y dañina que propicia el anonimato de los abusos que se pueden producir a nuestro alrededor, una nueva versión del egoísmo que nos lleva a callar o a mirar hacia otro lado. En estos casos de abandono hasta la cruel muerte a unas madres no existía psicopatía, sino hedonismo y cierto odio, dejando constancia de que, quizás sin saberlo, nos codeamos con personas que aparentemente son normales, y hasta exitosas, pero que escoden bajo su piel la más acerada maldad.
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