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Llevo unos meses destinado como casco azul en Líbano, cuyos otoños son teñidos de rojo desde hace más de tres mil años por guerras fratricidas. Mucho se han musicalizado, pintado, hecho literatura las vicisitudes de la guerra, idealizando un drama que, como las hermosas nieves ... camuflan mortales grietas que engullen al alpinista, bajo su apariencia de heroicidades, gestas y romanticismos sólo oculta un abismo de cruel y trágica fealdad: el verdadero rostro de la guerra. Porque la guerra no es bella sino que es un fracaso de maldad donde sólo triunfa el jinete del caballo rojo a quien en el capítulo sexto del 'Apocalipsis' se le concedió «quitar de la Tierra la paz para que se degollaran unos a otros, al que se le dio una espada grande».
Somos unos privilegiados en Cantabria y en España. Vivimos en paz. Paz no sólo por ausencia de guerra, sino paz como sinónimo de justicia y de libertad. Y, aunque hay quien se empeña en remover cenizas del pasado para ensuciar la mirada del futuro, los españoles queremos vivir en paz. Que frente a la fealdad de la guerra sólo la paz es bella, participación de Dios en el corazón del hombre, edificio de alegría construido entre todos, refugio de seguridad y progreso.
Sí, los españoles somos privilegiados por vivir en paz, y nunca olvidemos que la paz es el bien común esencial de nuestra patria. Ni toleremos que nadie nos robe la paz, que por desgracia desde el nacer de España con los Reyes Católicos nuestra historia toca a más de una guerra civil por siglo. Consecuencia del pecado que predomina en el pueblo español, el más feo y dañino: la envidia. Y siempre hay quien quiere obtener réditos del enfrentamiento envidioso de los españoles para su beneficio propio.
No, España debe seguir construyendo unida la paz de todos, que es el único camino para la próspera felicidad de su pueblo.
Vienen estas reflexiones porque, en un sereno atardecer de estas remotas tierras del país de los Cedros, que me recuerdan los ocasos otoñales de Cantabria, leo la novela 'El niño que le vio la cara al Diablo', de Carlos Zaloña, escritor y coronel artillero del Ejército de Tierra del Reino de España. Con experiencia de combate y sabiduría militar relata con una prosa ágil y de delicada firmeza la maldad y el horror de una guerra acaecida hace sólo menos de treinta años, cuando en Ruanda los hutus casi exterminaron a la minoritaria población tutsi ante la indiferencia cómplice de Occidente que miró a otro lado en el genocidio.
Para nosotros, cántabros y españoles que vivimos en paz, es recomendable leer esta obra para aprender qué pasa en una guerra hecha cicatriz en el corazón del niño soldado protagonista, transportándonos a una existencial aventura hecha relato entrañable con un poso de tristeza sólo dulcificado por un final esperanzador.
Tristeza y dolor, perversidad y valores, violencia y ternura, fealdad y belleza en esta novela, militar unas ocasiones, biográfica otras, de un niño hutu metamorfoseado en niño soldado bajo el secuestro y torturas de un señor de la guerra y sus secuaces. Terroristas y asesinos, títeres del mal, campan por la selva y los territorios de Ruanda violando, saqueando, mutilando, asesinando sin piedad ni remordimientos a la minoría tutsi en uno de los mayores genocidios que ha padecido la humanidad: el de Ruanda.
¿La guerra bella? Nunca, porque eso es la guerra y no los edulcorados retratos que la idealizan.
Mas a pesar del mal, triunfa el amor hecho amistad de unos niños mercenarios que no pierden su fondo de inocencia infantil en su aniquilación personal y espiritual, obligados a asesinar, robar, violar, mutilar. Se impone el amor preadolescente del protagonista con una joven víctima de toda clase de sevicias por el jefe criminal de los hutus. Vence el amor al prójimo de los sacerdotes misioneros que, arriesgando sus vidas, rescatan y redimen al protagonista.
Vida y muerte, muerte y vida, entrelazadas en un trágico baile donde la horrísona partitura la compone el diablo en los delatores, violadores, torturadores, asesinos hutus a la caza de niños, mujeres y ancianos para mutilarlos y matarlos con sus machetes, cuchillos y armas de fuego; en los cooperantes onegeístas que huyen o evitan comprometerse auxiliando a las víctimas; y en Naciones Unidas y Bélgica que miran a otro lado mientras se perpetra este terrible genocidio en el corazón de África.
Sí, en Cantabria, en España, somos unos privilegiados, y esta novela que recomiendo al lector es un aldabonazo en nuestras conciencias recordándonos, este hermoso otoño libanés que tanto me evoca al de nuestros valles montañeses como Lamasón, que la guerra nunca es bella porque la belleza sólo es paz.
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