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Por las noches miro a Betelgeuse. No la veo siempre. Las nubes del invierno la ocultan a menudo, pero sé que está ahí, en el hombro de Orión. Betelgeuse agoniza, más su muerte será maravillosa, y en su espectacular y sobrecogedora despedida, con una explosión ... de potencia inimaginable, su luz será comparable a la suma de los trescientos mil millones de estrellas de la galaxia. Durante un tiempo tendremos dos soles, porque Betelgeuse, siendo un punto, brillará como la luna llena. Su conversión de gigante roja en supernova es inminente, aunque en la escala que manejan los astrónomos lo inmediato llega mañana, en unas semanas o dentro de 100.000 años, un instante cósmico. Pudiera ser hoy. Betelgeuse está a una distancia de 642 años luz, su tamaño supera mil veces el del Sol y jamás en la historia humana un monstruo similar ha estallado tan cerca.
Si bien los grandes telescopios apuntan a Betelgeuse, el seguimiento diario de los astrónomos aficionados resulta esencial. Cantabria es una potencia en astrofísica por medio del IFCA, lidera proyectos punteros de la ESA (Agencia Espacial Europea) y coopera en otros, pero también a nivel amateur existe una calidad excelente, tanto de equipos organizados como a través de iniciativas individuales. El Paseo Marítimo no es el mejor lugar para observar las estrellas, pero allí estaban cinco jóvenes con sus aplicaciones de móvil y provistos de prismáticos y lentes medianos. Les pregunto, y muestran tal entusiasmo que me quedo un rato con ellos. Quizá ya ha comenzado el drama que transformará el moribundo prodigio estelar en un agujero negro, mientras sus restos, expulsados violentamente al espacio, engendrarán otros soles. Así nacimos, somos hijos de las estrellas.
El momento mágico lo rompe el Machina, uno de esos tipos santanderinos en vías de extinción, con muchas horas de barcos y de océanos, que sabe de los astros de fuego y de planetas a los que cita por su nombre y posición. El Machina no necesita de complicados instrumentos para orientarse en los mares sino de un antiguo sextante y una visión excelente. Ante el asombro de los chicos por los amplios conocimientos de un personaje tan singular, les cuenta la broma de que Santander tuvo hasta no hace mucho una calle única, la de San Simón, que fue la más larga del universo: comenzaba en La Estrella, pasaba por La Luna y terminaba un poco más allá del Sol. Después aclaró que se trataba de dos bares y una calle, hoy cultural y de moda. Allá arriba, alta en el cielo, aún brillaba Betelgeuse, a la que miro cada noche.
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