Secciones
Servicios
Destacamos
José Ramón Sánchez, cántabro del año, contó, divertido, cómo estuvo a punto de enviar al Vaticano una primera página de El Diario Montañés porque en ... ella aparecía escrito el nombre de Jesucristo. El friso hacía referencia a 'Lumen Jesu', el relato gráfico que el multipremiado ilustrador santanderino creó sobre la vida de Jesús. Pero no solo es inusual verlo en la portada de un periódico de hoy en día, sino que el mismo nombre de Jesús está en desuso, y más aún el de Cristo. El número de personas que nos llamamos Jesús en España todavía es considerable, pero está en caída libre desde la década de los setenta del pasado siglo, cuando alcanzó su cota más elevada. Según datos oficiales, el nombre lo compartimos unas doscientas setenta y dos mil personas -apenas el 0,57 por ciento de la población nacional-, cuarenta y una mil de las cuales vivimos en Cantabria.
Los Cristo son muy pocos, alrededor de quinientos en todo el país, y aunque nadie se llama Dios ni Redentor, el registro del Instituto Nacional de Estadística (INE) incluye a Salvador, en cifra apreciable, y un mínimo grupo de Mesías formado por cincuenta y nueve miembros. Este nombre, Mesías, fue vetado por un juez estadounidense, alegando que el único y verdadero Mesías era Jesucristo, e impuso a los padres del niño, que ya tendrá nueve años, otro distinto, Martin. En una época no tan lejana los bautizados en España debían serlo con nombres cristianos. Algunas prohibiciones persisten, como la imposibilidad de llamar a un bebé Judas o Caín, pero mientras se permiten los nombres de flores (Rosa, Margarita, Violeta) o animales (Paloma, Delfín), no sucede igual con la fruta. Nadie en España atiende por Plátano Pérez, Sandía Ruiz o Melocotón Fernández.
El nombre de Jesús recuerda que la Semana Santa es una tradición de siglos, devoción religiosa y desfile de penitentes -Podemos sugirió la supresión de las procesiones de Sevilla y se armó la de Dios es Cristo-, convertida también en tiempo vacacional. No siempre fue así. Durante la dictadura, cuando la relación entre el Estado y la Iglesia era tan estrecha que se llevaba a Franco bajo palio, el recogimiento ciudadano era obligado, entre otras razones porque todo estaba cerrado -cines, teatros, bailes, restaurantes y bares- y hasta comer carne se consideraba pecado. Pero hoy, tras dos años en blanco por la pandemia, las calles de Santander recobran el pulso habitual. Si los pasos carecen de la popularidad de los de 'La Madrugá' sevillana, los Salzillos de Murcia, Las Turbas conquenses, la Pasión vallisoletana o El Yacente zamorano, están a gran altura.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.