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De un tiempo a esta parte, estamos viviendo en las instituciones democráticas experiencias que no parecen muy normales. Primero fue el mutis precipitoso del rey de España. De la noche a la mañana, Juan Carlos I renunció, generó un cierto problema político con ... su aceleración, y pasó el cetro a Felipe VI como si le quemase en las manos. La proclamación del nuevo monarca fue algo tristísimo, sin invitados extranjeros de renombre que hubieran servido para relanzar la imagen internacional de España y proporcionar una pátina de universalismo al nuevo símbolo. Aunque se ha llevado todo con discreción, por respeto al mérito del emérito, una abdicación tan brusca y deslucida no fue positiva. Acaso un mal menor, no un bien mayor.

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