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Puede parecer una perogrullada recordar en 2019 que las redes sociales pueden convertirse en procelosos agujeros negros. Usar plataformas digitales de consumo masivo e incontrolado ... como medio para informarse –donde frecuentemente personas anónimas juegan a periodistas–, hacer de ellos sonoras bocinas, puede llegar a complicar la vida muy seriamente, convertirse en un macabro 'juego' con final trágico. El suicidio de una mujer tras la profusión de un vídeo sexual que circuló por los 'watssap' de sus compañeros de trabajo destrozará la vida de muchas personas: la de sus hijos por encima de todo; la de su marido, que seguramente habrá caído en la más horrible de las situaciones personales; la de quien lanzó las imágenes, porque tendrá siempre un remordimiento que no le abandonará nunca, y la de quienes, delante de la máquina de café, se juerguearon con la intimidad de su compañera, porque saborearán cada día la amarga hiel que escondían sus codazos cómplices. Habrá consecuencias penales pero que, injustamente, nunca llegarán a castigar ni la milésima parte del mal causado, si es que quitarse la vida sigue siendo considerado una tragedia.
La semana pasada, en Barreda, se produjo un linchamiento moral que ha tenido indeseadas consecuencias y que ha conducido a situaciones de alto riesgo. Una mujer, desde su cuenta de Facebook, lanzó la noticia falsa –me horroriza el término 'fake news' porque parece que le quita importancia– de que un violador que había abandonado el penal El Dueso, sin arrepentirse de su delito, se había asentado en este pueblo, en un piso que un sacerdote –capellán del centro penintenciario– administra para recoger a personas que, teniendo derecho al tercer grado y sin haber cometido delitos horribles, necesitan un lugar donde ser acogidos provisionalmente cuando se les permite abandonar por unos días la cárcel. Esa mujer difundió una fotografía del que ella 'creía', 'le habían dicho', que era el violador, provocando una reacción en esta localidad de miedo, repulsa y lógica exigencia de que el individuo fuera sacado de su pueblo y que se cerrara el piso que administra este cura –por cierto, hasta ahora, persona tenida por bondadosa y amable–. Todo era mentira. La fotografía correspondía a otro penado que ahora ha visto suspendido su permiso de salida, que ya no podrá ir a Barreda a esa casa de acogimiento y que ha corrido un grave riesgo. Sentí un escalofrío al recordar una película mítica –'Furia'–, dirigida por Fritz Lang en 1936, y ahora de máxima actualidad: Un hombre, de paso en una pequeña ciudad y por una serie de coincidencias, es considerado sospechoso del secuestro de una niña, delito que no ha cometido. Por boca de un ayudante del comisario comienzan los rumores: en un bar, habla exagerando un poco, y la gente, indignada, se convierte en una masa descontrolada que incendia el calabozo con el hombre dentro.
Los agujeros negros del uso de las redes sociales sin criterio, además de la pérdida de privacidad, pueden producir acoso, aislamiento, estrés, ser altavoz de noticias falsas, rechazos laborales, pérdida de productividad en el trabajo, problemas legales, desprotección de menores… muerte. Se distribuyen por estos medios hasta 100 veces más rápido que las verdaderas. Ha llegado el momento de frenar el consumo insano de información digital que ustedes jamás encontrarán en las cabeceras de un periódico o en sus páginas web, debajo de las cuales escriben y firman profesionales que se juegan cada día su prestigio; ahí no se toparán con basura informativa. Hallarán la verdad, aunque no sea llamativa. Debemos volver a consumir noticias de forma sensata y no olvidar que si existen noticias falsas es porque hay un público que las consume: El vecino de su piso, su hermano, esa persona que toma el blanco a su lado en el bar… nosotros mismos.
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Ana del Castillo
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