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Poco se ha hablado de los muertos de Ucrania en el debate sobre el estado de la nación, que no se convocaba desde hace seis años. En cinco meses de invasión, han fallecido más de 40.000 soldados de ambos bandos, 5.000 civiles y ... 350 niños. Nuestros políticos estaban enfrascados en discusiones sobre otros muertos, los de la guerra civil española de hace ocho decenios y los causados por el terrorismo de ETA hasta que dejó de matar hace una década. Lo urgente era acordar medidas para salir de la crisis energética, económica y social derivada de la agresión rusa que ha chafado las perspectivas de recuperación en toda Europa. Pero las intervenciones fueron por otros derroteros. Los valedores de lo que quede de ETA estarán encantados con la propaganda en el Parlamento.
Con motivo del vigésimo quinto aniversario del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, la víctima 778 a la que siguieron otras 67, hemos leído de todo sobre si el espíritu de Ermua está vivo o muerto. Quizá ambas cosas a la vez, como el gato de Schrödinger. ¿Muerto o vivo dónde? ¿En el Gobierno, en el Parlamento o en la calle? Si algo erizaba la piel aquellos días era el grito unánime de vascos de todo el espectro ideológico que caminaban juntos con las manos entrelazadas detrás de sus cabezas: «¡ETA, escucha, aquí tienes mi nunca!». El clamor con el que respondió el resto de España conmovió en Euskadi: «¡Vascos, sí, ETA, no!». Inusitado.
El espíritu de Ermua sigue vivo en quienes lo experimentaron. Lo que agoniza es la política de Estado. Gobernantes y opositores no se ponen de acuerdo ni en la hora aunque tengan el reloj delante. Si PSOE y PP, dos históricos partidos que han sufrido en sus filas los asesinatos, no son capaces de unirse ni para los homenajes a los difuntos, que al menos no den el espectáculo de acusarse unos a otros de «resucitar a ETA» o de «insultar a las víctimas», ni de intentar protagonizar en solitario una reunión con las asociaciones que las representan.
Nadie debería hablar en nombre de las víctimas salvo ellas. «Que los políticos nos dejen en paz y no nos usen más», pide Consuelo Ordóñez, presidenta de Covite (Colectivo de Víctimas del Terrorismo) y hermana del teniente de alcalde de San Sebastián Gregorio Ordóñez, que falleció por un disparo a bocajarro de un encapuchado de ETA en 1995. El también diputado y líder del PP de Guipúzcoa inspiró a jóvenes como Miguel Ángel Blanco, hijo de un albañil y una ama de casa emigrados desde Galicia y afincados en Ermua. Y concejal del PP, algo a lo que sólo ETA, que se quedó sola, dio relevancia como argumento para segar su vida en 1997.
No es cierto que nada cambia ni que vamos hacia atrás. Ahora es fácil escribir de todo esto, sin riesgo de acabar con una bala del calibre 9 milímetros Parabellum en la sesera. No ocurre ya que un día sí y otro también alguien vuele por los aires al explotar un coche bomba o caiga abatido por uno o dos tiros en la nuca. Y sí es un avance que la portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, se dirija en el Congreso de los Diputados a los que padecieron «la violencia de ETA»: «Queremos decirles de corazón que sentimos enormemente su sufrimiento». «Desgraciadamente, el pasado no tiene remedio. Sabemos que nada de lo que digamos puede deshacer el daño causado, pero estamos convencidos de que es posible al menos aliviarlo desde el respeto, la consideración y la memoria de todas las víctimas». Poco se parece ese discurso parlamentario a los mensajes sectarios que llegaban por vías clandestinas con el sello del hacha y la serpiente.
No sé si a los políticos les va en el sueldo pactar algo más que el incremento de gasto en armamento, pero sí les va en la talla moral que requieren los cargos que ocupan. «¡Partidistas, no, estadistas, sí!». No más sesiones bochornosas como aquellas de debate sobre las medidas contra el covid. Es tiempo de ayudar a la gente que lo pida a sacar los restos de sus allegados de las cunetas. Y de respetar a los que han sufrido. Hay personas que se han sentado a hablar con los asesinos de sus familiares y otras que no quieren verlos ni en pintura. Tan víctimas son unas como otras e igual de aceptables sus posturas. Sobre Ucrania y la vesania de Putin, lo mínimo es colaborar con los que colaboran con los refugiados y los aislados.
Por lo demás, con pandemia, guerra e inflación, desconectar unas semanas es humano si te lo puedes permitir. No veo motivos para poner verde a Pepe Álvarez por mandarlo todo a «hacer puñetas» hasta el otoño y disfrutar del llamado «último verano». Sonaría mejor en boca del médico de cabecera que en la del secretario general de la UGT, pero es un consejo saludable. «Nos lo hemos ganado».
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