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Es muy pronto aún para augurar cómo va ser el mundo tras el Covid-19. En primer lugar, porque la 'normalidad' (entre comillas y en términos figurados) no se va a restaurar hasta pasados muchos meses: sólo cuando una vacuna, o un tratamiento retroviral ... estable y seguro, inoculada a la mayoría de la población permita erradicar el virus o, al menos, poner a salvo eficazmente a los grupos de más riesgo. Por otro lado, la normalidad (sin comillas) será, cuando hayamos superado el virus, una realidad distinta a aquel modo en que vivíamos hasta hace sólo cuatro meses. Había algo anormal en mucho de cuanto componía aquel estilo de vida. No se va a volver a lo mismo de antes y, tal vez, no sea malo que ciertas cosas cambien.
Con la consultora americana Mckinsey a la cabeza, se viene empleando un nuevo término internacional para definir el modelo de vida, clima de negocios e inversión en el que ya nos encontramos: «the next normal», la próxima normalidad. Esa nueva normalidad es un paradigma que consiste, precisamente, en no dar nada por sentado, en abrazar el desafío permanente y responder con esfuerzo, agilidad y flexibilidad al reto de seguir a flote en un ambiente que los americanos denominan VUCA (volátil, incierto, complejo y ambiguo). En castellano: no saber por dónde van a venir los tiros.
El Covid-19, ese bicho invisible que ha venido a ponerlo todo patas arriba, ha dejado en evidencia las deficiencias del sistema que tenemos montado, su insostenibilidad y, también, sus síntomas de agotamiento. Pero no hay manual postcovid-19, la receta se está formulando a diario en cada empresa y en cada taller, en cada núcleo familiar y cada comité de crisis. Estamos todos tocando de oído, procurando atender del mejor modo posible a lo urgente, mientras intentamos poner a salvo lo importante. No hay bola de cristal.
En el mundo postvirus podemos esperar, por ejemplo y sin demasiado riesgo a equivocarnos, un cambio en el modo en que valoramos y protegemos a aquellos que desarrollan trabajos realmente esenciales para mantener un país en pie (personal sanitario, de limpieza, fuerzas del orden público, agricultores y ganaderos, empleados de cadenas de suministro de alimentos, medicamentos y bienes de primera necesidad, transportistas, etc.). No es una forma de hablar. «Estamos a nueve comidas de la anarquía», dijo en cierta ocasión el escritor americano Alfred Henry Lewis, significando cómo, pese a nuestra civilizada sofisticación, seguimos siendo seres mortales de carne y hueso, con necesidades muy terrenales que, de no satisfacerse durante tres días consecutivos, son capaces de embrutecernos y empujarnos a traspasar la delgada línea roja que separa una sociedad ordenada por la razón de otra donde impera la ley de la jungla.
En la nueva normalidad, con toda probabilidad, veremos restringidos algunos de los derechos civiles que actualmente protegen nuestra intimidad y privacidad en la esfera digital, en aras de alimentar un big data que sirva a los poderes públicos para protegernos más eficazmente en futuras crisis. En el mundo postvirus que viene, la digitalización de todos los procesos susceptibles de ello no será ya una opción, sino una exigencia. En contraposición, se experimentará una reevaluación de todo aquello que no se puede «subir» ni descargar de internet y, también, de la importancia de todo el «intangible» de valor incalculable: la libertad de movimientos, los gestos de cariño, los espacios abiertos, el calor humano, el silencio, el bienestar físico y mental, la calma o la lentitud.
Esta crisis, además de una terrible factura humana, económica y laboral, también está teniendo un profundo impacto en la psique colectiva mundial: comprendemos que ya, casi todo es global y, por tanto, interdependiente; por ello, los ciudadanos debemos tomar conciencia de que el Gobierno de un país es una tarea muy dura, muy seria y muy compleja que debe estar en manos de gente realmente solvente, brillante, seria, bien asesorada, con buen criterio y con experiencia probada en gestión de problemas.
En 1972, al primer ministro de la era maoísta, Zhou Enlai, un periodista francés le preguntaba qué opinaba sobre el impacto histórico de la Revolución Francesa acontecida 200 años antes. El político comunista respondió: «es demasiado pronto para decirlo». Así, es demasiado pronto para entender si el coronavirus mueve o no la aguja de la Historia. Es temprano también para adivinar cómo será el mundo post-Covid19, pero no seremos ni menos frágiles ni más mortales de lo que ya éramos antes. Tal vez, únicamente, algo más lúcidos y más conscientes de ello. Más responsables ante los problemas propios y ajenos y menos dispuestos, sin más, a lavarnos las manos y taparnos la boca; aunque estas prácticas nos ayuden mucho ahora para controlar la epidemia, no nos servirán para resolver los problemas globales que aún plantea este siglo XXI.
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