Nueva normalidad, opción de cambio
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Los dos grandes partidos, PSOE y PP, entreabren una puerta al entendimiento en medio de la bronca, pero no está claro si son propuestas sinceras o simples maniobras de desgasteSecciones
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Los dos grandes partidos, PSOE y PP, entreabren una puerta al entendimiento en medio de la bronca, pero no está claro si son propuestas sinceras o simples maniobras de desgasteEl alivio por el fin las restricciones se atenúan cuando llega el verano, el temor al rebrote, el recuerdo doloroso de tantas víctimas, la resignada convicción de que habrá que apretarse el cinturón no se sabe cuánto ni hasta cuándo, la desesperanza de los que ... vislumbrar un negro futuro para ellos y sus familias... La 'nueva normalidad' en la que entra España es una mezcolanza de sentimientos encontrados con muchas más incertidumbres que certezas. 'Salimos más fuertes', reza la entusiasta propaganda oficial. Para empezar, salimos más crispados que al inicio de la pandemia porque el tono del debate político durante los últimos cien días ha estado marcado por los extremos a la izquierda y a la derecha, y no por los dos grandes partidos que ahora, al menos, entreabren una puerta al entendimiento, pero no está nada claro que vayan en serio.
En efecto, en el pórtico de la 'nueva normalidad' llega la novedad de que Pedro Sánchez se muestra receptivo a un acuerdo socio-económico de largo alcance que Pablo Casado también había propuesto para afrontar la crisis. Suena bien, pero de momento son sólo buenas palabras. O incluso una simple treta del presidente para presionar a la facción podemita del Gobierno y a sus aliados independentistas. Pactar con el PP supondría para Sánchez el final de la alianza de la investidura. Si unos y otros apenas le toleran que negocie el apoyo de Ciudadanos a los Presupuestos del Estado 2021, mucho menos admitirían el trato con el PP. En el Gobierno ya han quedado muy acreditadas las dificultades de convivencia, las estrategias diferentes y las voces discordantes. El presidente y su equipo juegan un ajedrez continuo en el que un día se alían con ERC y PNV, otro día seducen a Ciudadanos, por la espalda pactan con Bildu la derogación de la reforma laboral e inmediatamente rectifican para intentar tranquilizar a los empresarios. Y mientras tira de la Fiscalía y la Abogacía del Estado para frenar las acusaciones de negligencia en la explosión de la pandemia intenta camuflar como una simple reorganización de equipos la purga desatada en la Guardia Civil.
Pablo Iglesias va mucho más lejos y ataca los pilares del modelo constitucional: se alinea con las tesis independentistas, acosa a la Corona, propugna la depuración de jueces, militares y medios de comunicación desafectos, acusa a la derecha de alentar un golpe de Estado, invoca la nacionalización de empresas y el aumento de los impuestos al capital... Y además no le falta habilidad para capitalizar el Ingreso Mínimo Vital y para eludir su responsabilidad en las deficiencias en las residencias de mayores. Dos modelos muy diferentes: Sánchez urde todas las semanas un plan distinto para afianzarse en el poder, Iglesias alienta un cambio de régimen de inconfundible aroma bolivariano que encandila a los suyos y aterroriza a los que no lo son. Por ejemplo, a los paladines de la socialdemocracia como Felipe González, Juan Luis Cebrián o César Antonio Molina, que estos días se han pronunciado con gran dureza sobre la deriva de la coalición gubernamental.
En los laboratorios del PSOE opinan que la radicalidad de Unidos Podemos beneficia electoralmente sus postulados más moderados, y los sondeos así lo sugieren, pero no pueden ignorar que la presión ideológica de Iglesias no ayuda ni a la negociación con Europa ni a que los empresarios se impliquen sin reservas en la reconstrucción económica.
En este contexto cobran sentido los indicios de un tímido acercamiento de los dos grandes partidos que aparecen en medio de la bronca. Al PP de Casado también le hace falta encontrar su rumbo. Mientras los dirigentes que están en el poder refuerzan su crédito -Núñez Feijoo, Díaz Ayuso, Moreno Bonilla, Almeida y muchos alcaldes en toda España, también en Cantabria- en las tareas de oposición nacional el partido ha dado muchos tumbos. Entre las opiniones encontradas de los que quieren dar caña al Gobierno Sánchez, en competencia con Vox que intenta captar a los más castigados por la crisis, y los que se asustan de la agresiva portavoz parlamentaria Álvarez Toledo y proponen un giro al centro, que ahora abandera la modesta bancada de Ciudadanos, y explorar pactos con el Gobierno.
Si la buena predisposición al acuerdo que anuncia Sánchez resulta sincera y se confirma en el tiempo habrá que ver cuánto pone de su parte el PP para llegar a un entendimiento. De momento, socialistas y populares cántabros comparten su escepticismo. La 'nueva normalidad' ya se ha estrenado en Cantabria con la solemne reconexión con el País Vasco adelantada unos días por los presidentes Revilla y Urkullu. A ver si los vascos rumbosos compensan la cicatería de Madrid con Cantabria en el reparto de fondos autonómicos y en su recurso legal para no pagar el dinero del nuevo Valdecilla. Con estos antecedentes, el Gobierno no puede quedarse tranquilo cuando el ministro Ábalos reafirma que el Estado cumplirá sus compromisos con Cantabria. Revilla denuncia directamente la hostilidad del Gobierno Sánchez, al PSOE cántabro le dejan otra vez en evidencia y el PP echa leña al fuego en el que arde el Gobierno de coalición.
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