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Cuando conocí a Jaime Revuelta hace cincuenta y cinco años, él ya era -en plena madurez- un profesional acreditado en Torrelavega y su comarca. 'Puericultor de Zona' en la Seguridad Social, también tenía su consulta de pediatría en la calle Argumosa 10. Formado como médico ... interno en el Instituto de Posgraduados de la Casa de Salud Valdecilla, pertenecía a una de las últimas promociones tuteladas por el prestigioso catedrático de Pediatría don Guillermo Arce. Muy pronto pude advertir que en el doctor Revuelta además de un excelente clínico, bien preparado, muy al día en su especialidad, había una persona entrañable y afectuosa. Desde el primer momento nos brindó su amistad. Cuando me establecí, no dudó en animarme; en aquellos años, con una alta natalidad, había trabajo para todos y resultó fácil integrarme con los otros pediatras que ejercían en la ciudad: San Román, López Collado, Estébanez, Sillero, Terán, Peraita, Rivas; seguirían Castellano, Garzón, Santos, Moro, Unceta, Rosell, de la Colina, Montequi, Bercedo..., quizás me olvido de algunos nombres, pero no de don Alejandro Palacín, personalidad y amigo inolvidable, Puericultor del Estado en el Centro de Higiene, plaza que tuve el honor de ocupar cuando se jubiló. Aquella pediatría en las décadas de los años 50 a los 80, conforme desarrollaba la economía de la nación, fue un puntal decisivo para lograr el descenso imparable de la mortalidad infantil hasta nuestros días. Después vendrían las especialidades pediátricas, y también la nueva Ley de Sanidad adoptando con algunos matices el discutible modelo sanitario cubano y el paso de los Ambulatorios a los Centros de Salud.
A todo esto, que ya es historia, hacía referencia en estas páginas nuestra cronista -todavía no oficial- Nieves Bolado, con motivo del reciente homenaje a nuestro amigo Jaime. Es que era muy fácil ser su amigo; lo difícil era no serlo. Con Jaime hasta fue sencillo crear el 'Aula Pediátrica' de Torrelavega. En sus reuniones periódicas, este grupo de pediatras, intercambiaba conocimientos y experiencias, invitaba a conferenciantes de otras regiones y a ilustres catedráticos de universidades. A nuestra aula acudían destacados profesionales de la pediatría española, y por qué no decirlo: hasta nos envidiaban no solo en la capital sino pediatras de otras provincias. Esto también fue el germen de la 'Escuela Comarcal de Salud' que durante más de veinte años, con el patrocinio de la Sanidad Provincial y la colaboración municipal, contribuyó a la formación de personal sanitario y de muchos padres y jóvenes. Cerca de mil quinientos asistentes participaron en los variados cursos de Puericultura Comunitaria, Educación Sanitaria, Psicología Infantil, Salud Escolar, charlas y conferencias. El doctor Revuelta era un imprescindible conferenciante en estas actividades, como lo fue en la fundación de la Sociedad de Pediatría Extrahospitalaria -primer presidente-, en la presidencia del primer Congreso Nacional celebrado en Santander, y en su activa participación como directivo en la Asociación Española de Pediatría en la que llegó a ser distinguido como miembro de honor.
Sencillez y grandeza en los últimos homenajes. A su lado, como siempre, Luz Mary, compartiendo con la familia, hijos, nietos, y entre los numerosos amigos muchos de aquellos niños que atendió, hoy ya padres y abuelos.
«¿Y la pajarita? ¿Ya no escribes?», me interrogó. «Bueno, estoy de vacaciones, más que escribir -le dije- leo y pienso...». Debo reconocer que me agradaba oír de Jaime sus elogios, y hasta me halagaban cuando después de leer alguno de mis artículos decía que le había gustado, aún más si estaba de acuerdo, lo que no siempre sucedía, pero hasta era todo un regalo dialogar con él cuando disentía de lo escrito y lo argumentaba. Ahora me costaba oír su voz muy debilitada. Sí, hoy esa voz ha muerto como mueren todas las experiencias sensoriales de la naturaleza; ¿expiran nuestras voces o más bien desaparecen porque dejan de percibirlas nuestros sentidos?
En el templo de la Asunción, el día de sus exequias, los oídos de Jaime ya no oyeron las oraciones de los fieles que llenaban las naves, pero en ese mundo espiritual, inexplicable como tantas otras cosas, ¿acaso no vibraría su espíritu con las voces de su querida Coral y las armónicas y vibrantes notas de Mozart, Händel, Schubert...? ¿Por qué los hipotéticos dogmas de un materialismo radical en la neurociencia limitan la conciencia a la actividad neuronal de nuestro cerebro? Más allá hay todo un mundo del que desconocemos mucho más de lo que sabemos: ondas electromagnéticas, fotones, quarks, electrones, materia oscura..., un mundo del que quizás el cerebro en su evolución durante millones de años solo es la caja de resonancia de cuanto la humanidad va descubriendo.
No morimos del todo: nunca morirán la belleza, la alegría, la entrega, la amistad, el amor... ¿Y esto cómo se mide? Comentaba Einstein que a estas alturas todavía ignoramos lo que es en realidad la luz, y de la plena Luz de la divinidad, como exponía San Pablo en una de sus cartas a los Corintios, ahora solo alcanzamos a ver, tras un velo, su sombra reflejada en un espejo. Ciencia y Fe: «¡Más luz!», reclamaba Goethe en su agonía..., ¿Y no será también esa luz -principio de la creación divina- el paso final de los mortales? Buscaba la verdad en la Luz de Cristo: Jaime era un hombre de Fe.
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