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De momento el coronavirus está tapando el 'corinnavirus'. La emergencia vital, velando la constitucional. Sin embargo, el bicho de Wuhan acabará pasando en un tiempo, mientras que la pata monárquica de nuestro sistema democrático deberá afrontar, ante la España superviviente, el problema de ... los tesoros de un rey en un paraíso. Sólo esta alarma súbita de la pandemia explica que no se haya tomado con cierto traumatismo un hecho tan ominoso: que quien ha sido rey de España durante 39 años se haya quedado, de un plumazo, sin su asignación económica de la Casa Real. Es como si en el Vaticano ya no le dieran de cenar a Benedicto XVI por haber creído en paraísos terrenales (alpinos, 'monacales' o caribeños).
'Diéresis' significa en griego separación o división, y todavía conserva en medicina dicho sentido. Diéresis tiene un uso político también: la división entre dos posiciones. Mucho se habla de que las campañas se van basando en asuntos 'divisivos' sobre cuestiones morales o ideológicas, en vez de sobre aspectos prácticos en un mundo globalizado y tecnificado. 'Divisivo' es 'dierético' (a veces también 'diurético', según lo que uno lee u oye). La monarquía puede ser uno de estos puntos del temario o 'polemario' nacional.
Sin embargo, lo más llamativo es la gran diéresis o raya separativa que el actual jefe del Estado ha trazado con la espada ceremonial ante su propio padre. Al retirarle la asignación, da por fundadas las irregularidades. Si se hubiera tratado de armar caballeros a los periodistas de La Tribune de Genève y The Telegraph, ya habrían recibido la ritual pescozada. Pues el parricidio salarial confirma los pecados de un edén donde las manzanas están numeradas, las serpientes saben Derecho Mercantil y los arcángeles trabajan para la Fiscalía. Ese hombre que podría haber pasado una honorable jubilación como restaurador a un tiempo de la dinastía y la democracia ha olvidado, ciertamente, aquella cruel frase del Marco Antonio de Shakespeare ante el cadáver de su querido Julio César: «El mal que hacen los hombres pervive después de ellos; el bien es con frecuencia enterrado junto con sus huesos».
Va a costar mucho repasar el archivo gráfico de aquellas gloriosas jornadas de 1973 en que Juan Carlos inauguró de una tacada el Centro Médico Valdecilla, la Facultad de Ciencias y, tras un concurrido paseo por Torrelavega, su Mercado Nacional de Ganados. Ese mismo mes de julio, mientras competía con el velero 'Fortuna' en Laredo, el infante Felipe y la princesa Sofía seguían los acontecimientos desde la playa pejina. ¿Quién podía imaginar que aquel marinero en tierra habría de desenvainar un lejano día la espada flamígera del presupuesto de Zarzuela contra el campeón de clase Soling? O la visita a Santander en julio de 1984 (cuando por primera vez entré en la sede de El Diario Montañés en la calle Moctezuma); o la inauguración en junio de 1995 de la rehabilitación integral del Palacio de La Magdalena. ¿Cómo encajar la épica de modernización con la sátira inherente a la novela picaresca? De este problema narrativo, conjugar el 'como nunca' y el 'como siempre', depende en buena medida el porvenir constitucional.
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Ana del Castillo
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