El ocaso del interés común
LA TIERRA DORMIDA ·
Torrelavega tuvo una actividad vecinal, agitadora, con fuerte implicación política, reflejada en grupos respetados y hasta temidosSecciones
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LA TIERRA DORMIDA ·
Torrelavega tuvo una actividad vecinal, agitadora, con fuerte implicación política, reflejada en grupos respetados y hasta temidosLa vida, el pulso de una ciudad, se mide, entre otros parámetros, por la implicación directa y activa de sus vecinos en su propia vida ... social, económica y ciudadana, para, a través de ella, influir en la mejora de sus condiciones de vida. Torrelavega tuvo una actividad vecinal extraordinaria, agitadora, con una fuerte implicación política, capaz de torcer decisiones lesivas para sus intereses, logrando ser respetados -y a veces, incluso, temidos- por los políticos, que en absoluto despreciaban sus llamadas de atención. Sin embargo, el paso del tiempo, el individualismo, la inmersión en los nuevos medios de comunicación, que orillan el contacto interpersonal -en definitiva, el desinterés por lo colectivo- ha llevado a las asociaciones vecinales a languidecer. Han pasado de ser una herramienta casi imprescindible, a tratar de sobrevivir, a veces, más como siglas que como ente.
Durante la dictadura de Franco, los grupos vecinales fueron refugio de muchos activistas políticos y sindicales, a los que el autócrata no permitía ni respirar, algunos de los cuales, después, entrarían en política, y que a veces manipularon a estos colectivos como medio de presión, olvidándoles después. Los movimientos vecinales fueron fuertes en la periferia, en los barrios y en pueblos, donde la vida era más cercana, donde los problemas se compartían, y donde no había ningún reparo en ponerlos en almoneda. Las asociaciones de vecinos jugaron un papel preponderante en la mejora de la calidad de vida de los barrios surgidos del aluvión del progreso industrial a finales de los años 60 y 70. Los vecinos, a través de este instrumento, colaboraron a su manera -nada baladí- en el aprendizaje de las maneras democráticas, protagonizando frecuentemente conflictos, que les dieron un singular protagonismo y una fuerza hoy desvanecida.
El aislamiento, la tremenda indiferencia ante lo colectivo, ha hecho el resto del trabajo. En una sociedad que prefiere comunicarse a través del móvil, rehuyendo el cara a cara, a la que la pandemia le ha ayudado a no tener que compartir ni el ascensor, para ni siquiera, tener que hablar del tiempo con el vecino. Una sociedad que se ha desnortado cerrándose sobre sí misma, que se esconde tras una pantalla porque ya casi no sabe ni qué decir a ese amigo con el que antaño compartía horas de charla, ¿cómo va a tener tiempo para la comunidad, para sus vecinos? Y, aún peor, son los adultos quienes se reconcentran en una vida onírica viviendo en un mundo distópico, parapetados tras un artilugio que les convierte en voyeristas, siguiendo a líderes empáticos personales por encima de las causas comunes. Quede, pues, como homenaje a algunos míticos líderes vecinales como Enríquez, Ruiz Ibáñez, Rosario, Mauricio, Juan Carlos, Calderón, Sordo, Palacios, Cabria, el cura Juan, Guerra, Pozueta, García, Vega, Rufino, Echave, Vidal, Amador, Ortiz... y otros tantos luchadores sin yelmo.
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Ana del Castillo
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