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Cuando era niño, mi abuela Amelia tenía un perro en la casa familiar de Abanillas que se llamaba 'Trotski'. Era un pastor alemán espectacular, el primero que hubo en esa aldea de Val de San Vicente, me dijeron. En aquellas visitas estivales al pueblo de ... mi padre supe proyectar en aquel animal los valores y la admiración hacia los perros. Pasados los años, cuando descubrí que el nombre del perro era el de un revolucionario ruso, jamás pensé que el régimen franquista se escandalizara por el cariño dispensado al 'Trotski' de cuatro patas.

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eldiariomontanes La ofensa de los nombres