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Cuando era niño, mi abuela Amelia tenía un perro en la casa familiar de Abanillas que se llamaba 'Trotski'. Era un pastor alemán espectacular, el primero que hubo en esa aldea de Val de San Vicente, me dijeron. En aquellas visitas estivales al pueblo de ... mi padre supe proyectar en aquel animal los valores y la admiración hacia los perros. Pasados los años, cuando descubrí que el nombre del perro era el de un revolucionario ruso, jamás pensé que el régimen franquista se escandalizara por el cariño dispensado al 'Trotski' de cuatro patas.
Claro que un perro no es un toro de lidia, nombres como 'Feminista' y 'Nigeriano' tampoco pueden compararse con el de un líder de la revolución rusa, y el régimen del gobierno municipal de Gijón no tiene nada que ver con la dictadura del entonces «Generalísimo». Paradójicamente, con una transición superada y una democracia consolidada, la palabra prohibir ha comenzado a surgir por los cuatro puntos cardinales de nuestra existencia. El impacto de la pandemia ha tenido mucho que ver, aunque la inercia ha derivado en situaciones ridículas, como la de prohibir la fiesta de los toros en la ciudad asturiana con el argumento, como dijo la alcaldesa socialista, Ana González, de que los nombres de 'Feminista' y 'Nigeriano' sirvieron «para insultar al mundo del feminismo y de los inmigrantes».
No dudo de que la prohibición pueda servir de espectáculo cómico para los humoristas. Ellos sí entenderían la indignación de la alcaldesa cuando un diestro como Morante de la Puebla, con cierta afinidad con Vox, le cortara una oreja a 'Feminista' entre los aplausos de los líderes de este partido, Rocío Monasterio e Iván Espinosa de los Monteros, que asistieron a la corrida.
Pero mi propia abuela, nacida en el siglo XIX, tendría problemas con estos dirigentes tan progresistas, susceptibles e intolerantes que ven ofensas hasta en los nombres de los animales.
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