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Los ojos de la noticia

Hay imágenes de prensa grabadas en la memoria de todos. Otras que no vieron la luz están impresas sólo en la retina de los fotógrafos

Teresa Cobo

Santander

Martes, 31 de mayo 2022, 09:25

Carpio sube hacia la carretera desde la hondonada de hierba segada a dalle en la que está su cabaña. Un cuévano en el que cabría un oso le cuelga del hombro. Remecido por el viento del norte, apenas aguanta sobre su cabeza un gorro del color indefinido que da el desgaste. Dani Pedriza lo ve acercarse a través del objetivo de su cámara. El pasiego de Selaya llega arriba destocado. Lía un pitillo con sus dedos renegridos. La misma ráfaga que le arroja mechones sobre la frente le desbarata el cigarrillo, que se despliega como una polilla atrapada entre sus labios. Suena el disparador. «Es la foto más importante que he hecho en mi vida, la que más ha ayudado a alguien nunca».

A Policarpio Sainz, de 77 años, le iban a embargar sus vacas en aquel mayo invernal de 2010 porque no tenía con qué pagar las consecuencias de lo ocurrido con una de ellas, la que cruzaba la carretera del puerto de La Braguía de madrugada en busca de agua cuando un coche se la llevó por delante. El animal murió y el conductor reclamó los daños del vehículo en los juzgados. El Diario Montañés publicó el retrato del pastor junto con el texto de Íñigo Fernández. «Tuvo una repercusión absoluta. Le iban a quitar lo único que tenía. Gracias a esa foto la gente decidió sufragar las costas del juicio y la indemnización», recuerda Pedriza.

Once fotoperiodistas han hecho el esfuerzo de ponerse delante de la cámara de Pablo Bermúdez, ellos, que sólo se suelen sentir cómodos detrás de la suya. Lástima que no haya comparecido ninguna mujer para retratar una profesión todavía masculinizada en exceso. La serie puede verse en la web del periódico y en el Casyc. Fascina, y también asusta, escuchar a Andrés Fernández hablar de la luz. «Depende de cómo coloques el foco o de cómo angules a una persona la puedes hacer muy agradable a los ojos de los demás o repulsiva, la puedes hundir». Menos mal que «la honradez» es clave en este empleo.

Algunas fotografías que tomaron los reporteros permanecen en la memoria de todos. Otras imágenes que nunca vieron la luz quedaron impresas sólo en sus retinas. Celedonio Martínez señala su sien. Ahí dentro están grabadas escenas de un choque entre dos vehículos en el que fallecieron cinco adultos: dos matrimonios y un abuelo. «Sólo los tres niños se salvaron». «No se puede exponer al público todo, porque son cosas muy desagradables», dice Sane, el especialista en sucesos. Qué no habrán visto sus ojos. «Me gusta lo que hago y me he propuesto seguir hasta que no pueda más», se reafirma a los 75 años.

Lo de Sane es «vocación». Todos esgrimen esa palabra en defensa de un oficio que «te ocupa casi las 24 horas del día», que «te roba vida y salud», que deja secuelas físicas, a fuerza de cargar con el equipo y de sostener a pulso los teleobjetivos. Y psíquicas. «Al cabo de los años, si no sabes mantener un equilibrio, te puede hacer mucho daño», advierte Alberto Aja. «En mis carnes he sufrido agresiones, robos, roturas de huesos… Hay situaciones en las que te juegas el tipo, en manifestaciones, o en lugares donde la gente no quiere salir en la foto», constata Roberto Ruiz. El porrazo de un policía en la cabeza dejó a Andrés Fernández sentado en el bordillo de una acera hasta que pudo soportar el dolor, incorporarse y regresar al periódico.

Todos, sin excepción, concluyen que «compensa». «Cuando más disfrutas de esta profesión es en la calle porque lo tienes todo. Firmas tu trabajo, la sociedad te lo reconoce... Muchas veces la gente paga dinero por estar donde está el fotógrafo». Habla el redactor jefe de Fotografía de El Diario, Miguel de las Cuevas, que desde hace años se esmera en la sombra para que brille más el afán de otros.

Nítido, como una lente nueva, Pedriza afirma que «es un oficio de privilegio. No es por dinero. El fotógrafo de prensa vive del ego puro y duro. Al día siguiente estás esperando a que tu foto salga en portada. Es un ego un poquito especial, no es egoísta, es un ego de hacer bien tu trabajo, de buscar la mejor foto e intentar que tus compañeros de otros medios no la tengan».

«Palomeque va muy deprisa, algo ha pasado», intuyen en Torrelavega cuando ven apresurarse al fotorreportero de El Diario. Desde la Kodak Instamatic que le trajeron los Reyes hasta la Canon EOS machacada que usa hoy, Luis Palomeque siempre ha tenido una máquina fotográfica en las manos. «Y así será hasta el final», asevera. En cambio Andrés lo tuvo tan claro como una córnea sana. «He colgado la cámara de verdad. Ahora mi cámara son mis ojos. Después de cuarenta y tantos años guiñando uno y abriendo otro para informar a los demás, ahora abro los dos ojos para vivirlo yo. Y creo que es una buena opción». Lo es. Ambas lo son.

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