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Los meses de estío, predestinados a las serpientes de verano por la sed informativa, han vivido en una acusada intemperie de 'fakenews' y 'viralidades'. Dos conceptos que caminan en paralelo en esta contemporaneidad del esperpento que nos empuja a abrazar piñas en los pasillos de ... un supermercado –el candidato regionalista de Santander no tuvo tanto éxito cuando nos la recomendó– y retransmitirlo en el triturador de las redes sociales. Al menos las corrientes de lo viral son muy efímeras.
Mientras esto sucede en el universo onírico virtual, el Gobierno de Cantabria ha publicado la lista de morosos y reclama 46,7 millones de euros a otras comunidades por la atención sanitaria que prestamos fundamentalmente a vascos y madrileños. Con las notorias dificultades que tiene Ayuso para reaccionar de forma templada hace falta mucho coraje para sugerir que nos debe algo. Lo cierto es que conviene buscar más ingresos porque aunque cada vez hay menos médicos, nos cuestan más dinero. Nuestros servicios sanitarios son peores y más caros. Este verano ha colapsado el sistema: consultorios cerrados, centros de salud sin médicos y el hospital de Laredo saturado desviando pacientes. De repente, aparece en la prensa el responsable de urgencias de Valdecilla normalizando que esto cada vez va a peor: «Lo importante no es que un paciente espere tres horas para ser visto, lo importante es que el que no puede esperar cinco minutos, no los espere». Ojalá fuesen solo tres. Los que no se van a morir ese día esperan algunas más, aparcados en pasillos sin intimidad alguna. No es buen augurio que lo ignore quien debe resolverlo. El filósofo Byung-Chul Han dice que habitamos una enorme burbuja de publicidad y promoción. Que todas las personas hacen márketing de su vida en las redes sociales. Estos días en la Biblioteca Central una soberbia exposición de Eloy Velázquez nos pone ante el espejo de nuestra propia ficción con una irónica lectura contemporánea. Una de las piezas que exhibe describe nuestra ridícula hipnosis digital: 'influencer con nido de pájaro en la cabeza'. Nos vence la superficialidad.
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