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Desde hace unos días sabemos que desconocemos cuántos pisos turísticos hay en Cantabria. Los hosteleros calculan que 10.000 aunque oficialmente solo existen 1.588. ... Proliferan con tanta rapidez como las avispas asiáticas que amenazan el ecosistema de nuestras abejas, como los plumeros que invaden nuestro paisaje. La alteración de cualquier orden establecido suele tambalear convicciones, ocasionar inconveniencias e incluso contaminar las reglas de la costumbre.
En Cantabria pasamos el verano mirando al cielo para ver si el sol nos trae más turistas, un caudal que nunca parece suficiente. El exceso de visitantes comienza a incomodar y preocupar pero a la vez se insiste en seguir batiendo récords, con la paradoja de que ya escasean hasta los camareros.
Del turismo convencional de hotel se pasó al turismo rural que reconvirtió en hosteleros a propietarios de casas y cabañas. Ahora los caseros de toda la vida se apuntan a la moda del piso turístico, de estancia fugaz y lucrativa, que se propaga a velocidad incontrolada e ilegal generando algunos efectos sobre los que convendría reflexionar, máxime cuando muchas ciudades están limitando su proliferación.
Aquí, la cifra de alquiler de pisos para fijo ha caído un 70% y el precio ha subido casi un 17%. Menos pisos y más caros. Esta corriente turística expulsa a la población del centro, crea conflictos en las comunidades de vecinos que no quieren convivir con estas prácticas y amenaza al comercio local de proximidad. En Santander las plazas de pisos turísticos ya superan las plazas hoteleras. Cuando los datos han salido a la luz –diez mil pisos turísticos más tarde– las autoridades de Santander se han dado cuenta de que hay «un problema social» y han exigido al Gobierno de Cantabria que lo arregle.
Pero la cuestión no es solo legalizar pisos turísticos sino convenir qué modelo de ciudad queremos. Si una ciudad para sus vecinos o una ciudad de extraños que llegan y se despiden en un bucle infinito. Porque de momento lo único que reivindican nuestras autoridades es que no entren en competencia fiscal con los hosteleros. Es decir, que paguen más impuestos. Es ingenuo pensar que eso lo arregla todo.
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