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Aquella vez que la parodia de Chiquilicuatre se elevó a categoría de concursante en Eurovisión, quizá como reacción a los reiterados fracasos de aspirantes formales, no quedó tal mal parada. Ahora los votantes parecen aplicar una fórmula parecida cuando lanzan la dinamita de Alvise y ... la ultraderecha contra el sistema y las instituciones. Aunque no hayan percibido todavía que, en realidad, sus efectos van contra sí mismos.
Estos días sombríos se dice que Trump es un síntoma. De un fenómeno global, potente y descontrolado que mediante constantes mentiras, algunas francamente burdas, fractura el sistema. Y algo incluso más inquietante: quiebra los principios morales universales.
Aquí, en Santander, se elevaron las vallas del Puerto y se remataron con concertinas. A algunos la alambrada de cuchillas les pareció una idea estupenda. Eso que los migrantes trataban de salir y no de entrar, como ocurre en otras fronteras. Todo empieza por ahí.
Mientras admitimos esta circunstancia como algo anecdótico nos consideramos moralmente superiores a Trump, que propone deportar millones de migrantes. Si en pequeñas dosis nos comportamos de manera tan infame no deberían sorprendernos las narrativas de odio y xenofobia que nos agitan.
Hay una corriente que propaga el miedo con bulos y desinformación. Estos días aciagos de catástrofe hemos visto como se excita la furia de los ciudadanos intoxicando desde la propia televisión. La noche del revolcón de fango e insultos a los representantes de nuestras instituciones en Paiporta el programa más visto fue el del líder de la paranormalidad, Iker Jiménez, que se nutre de delirios conspiranoicos y falsedades. La estrategia funciona: solo en el debate electoral Trump soltó más de treinta mentiras. Decía Hannah Arendt –a quien oportunamente se rescata estos días– que mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Una sociedad que no puede distinguir entre la verdad y la mentira tampoco puede distinguir entre el bien y el mal. Y así, privados, por tanto, del poder de pensar y juzgar, somos muy débiles. Con gente así pueden hacer lo que quieran.
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