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Han pasado cuatro años desde el confinamiento. Esos días de miedo y muerte parecen más lejanos porque hemos recuperado la alegría a la misma velocidad que hemos perdido la memoria. Nos decían que de la pandemia íbamos a salir siendo mejores. El augurio fue precipitado.
Aquellos aplausos a los sanitarios se han tornado en un aumento de las agresiones a médicos y enfermeras. En Cantabria se produce casi una al día. Los sanitarios ya no son aquellos héroes. También cada día escasean más: hay pueblos sin médico desde hace meses y en los centros de salud cuesta conseguir cita antes de una semana.
Aquella pandemia que nos iba a hacer mejores ha degenerado en una frustrante sucesión de comisionistas y especuladores que al calor de la tragedia se han hecho de oro. El último es el novio de Ayuso, antes fue su hermano, entre medias Koldo e incluso un pata negra aristocrático como Luis Medina. «Pa la saca», escribió eufórico cuando cerró el contrato con el Ayuntamiento de Madrid.
La pandemia cambió hasta el concepto de libertad, que encogió de tamaño cuando se proclamó como el derecho a tomar cañas sin mascarillas ni aforos frente al derecho colectivo a no contagiarnos. Surgieron negacionistas de la ciencia: los antivacunas. Se construyó un hospital sin médicos, el Zendal, emulando aquel aeropuerto sin aviones de Fabra, antaño símbolo de corrupción y despilfarro. Y murieron miles de personas mayores en las residencias madrileñas sin asistencia médica y sin responsabilidad pública alguna.
Cuatro años después nos quedan las videoconferencias, el teletrabajo, las consultas médicas telefónicas y los comisionistas que salen de las alcantarillas de la pandemia. Y la desesperanza de contemplar que aquel sueño de solidaridad no fue más que un espejismo, una tregua efímera, para volver a reproducir con más ímpetu todo lo que antes estaba mal. Ana Mato no vio el Jaguar que tenía en su garaje. Ahora Ayuso presume de ser libre para subirse al Maserati. Probablemente estamos ante otra epidemia para la que urge antídoto: la degradación del término libertad como traje a medida para sustituir la responsabilidad ética por el oportunismo.
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