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Hay amores que matan. Ignorado durante décadas el bosque de secuoyas de Cabezón de la Sal –más de ochocientos ejemplares plantados en los años cuarenta– ... vivió muy tranquilo en la más absoluta indiferencia hasta que, posiblemente, alguien pasó por allí y lo rescató del anonimato con algún 'selfie' que circuló por las redes sociales. Así parece haberse precipitado una corriente de visitantes foráneos y locales ansiosos por conocer y retratarse en tan singular escenario. De forma que ahora el bullicio perturba el silencio y la tranquilidad que debería procurarnos el paseo por el bosque.
La propaganda ha desatado una peregrinación hacia un nuevo templo de culto turístico. Ya no solo consumimos de manera voraz y efímera en los centros comerciales, sino que toda nuestra geografía es también un inmenso escaparate que cambia y añade novedades con la misma urgencia que Amazon. En esta sociedad de la impaciencia todo pasa muy rápido y es cada vez más breve, más fugaz y menos reflexivo. Nos gusta vivir en estado de frenética efervescencia con constantes estímulos y alicientes que nos descubran algo nuevo para exhibirlo y contarlo, que es el imprescindible predicado de la acción. Y no vemos más que a través de la lente del móvil.
Una cascada, un playa escondida, un banco frente a un acantilado. Todo aquello que se asoma a las redes sociales instantáneamente se convierte en un potente imán. El bosque de Cabezón está padeciendo esta fiebre que no tendría nada de malo si no fuese por sus consecuencias. Lo de entrar en contacto con la naturaleza no lo llevamos muy bien. La prueba es que, estos días, se ha dado la voz de alarma por el deterioro de las secuoyas debido al afecto excesivo que muestran los visitantes del bosque. Parece ser que se abrazan con tanta reiteración y efusión a los árboles que sus troncos se han adelgazado visiblemente por el roce del cariño. Algunos, para colmo, arrancan un trozo de corteza para llevarse un trofeo a casa. Ya nos advirtió Tolstoi que hay quien atraviesa un bosque y solo ve leña para el fuego. O carburante para Instagram.
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