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El otro día decía el periódico que la primavera ha derrotado al invierno en pleno mes de enero. Que ya han madurado las cerezas. Que ... la alegría de marzo ha vencido antes de tiempo a las sombras del frío. Que las golondrinas –más temprano de lo que acostumbran– llaman a los cristales de los balcones donde amanecen impacientes los pétalos de los geranios. Que las temperaturas, extrañamente cálidas, derriten las escasas nieves caídas y hacen aguas la anhelada recaudación de la temporada de esquí en las faldas de Brañavieja. Que los días dibujan paisajes más cálidos, luminosos y alegres. Que ha llegado el mes de marzo un 15 de enero. Como si este año el tren hubiese pasado de largo por la estación del frío y todos los pasajeros llegasen antes de tiempo a la siguiente parada.
Es primavera en enero. Las flores brotan desconcertadas en mitad del invierno y los pájaros y los peces apresuran su ciclo vital, confundidos por el espejismo de marzo.
La primavera se adelanta y no es lo único que perturba este invierno en el que han brotado algunos conflictos de identidad: Hay casas que han cambiado de pueblo. Algunos vecinos de Reocín de repente ahora viven en Mazcuerras. Otros que antes habitaban en Quijas ahora lo hacen en Reocín, sin mediar mudanza, por orden de las autoridades que dibujan con imprecisión los límites geográficos.
Arden los montes con un fuego de estío impropio de este calendario. Se sucede una extraña oleada de robos de guacamayos. Los ladrones se llevan veinte garrafas de aceite de oliva de un supermercado de Laredo. Vamos a la playa en enero. Los lobos asedian más de treinta pueblos y los jabalíes se pasean cerca del mar.
Dice el periódico que el 74% de los cántabros desconfiamos de los políticos. El sentimiento podría ser mutuo cuando algunos de ellos también desconfían y arremeten contra nuestro sentido común y la evidente necesidad de frenar para calmar el planeta.
Además, mientras aquí se adelanta la primavera, en otras geografías siguen a oscuras en las sombras de la guerra de un invierno cruel al que tampoco podemos ser indiferentes.
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