Indiferencia

Estos días hemos seguido el escalofriante juicio al hombre que desatendió a su madre hasta provocar su muerte. Cuestión que, en toda lógica, suscita un unánime rechazo social y un reproche hacia su falta de humanidad. Penalmente solo hay un culpable. Pero tal vez deberíamos ... reflexionar más allá de la convicción de que el asunto queda resuelto con meter en la cárcel al condenado. Una mujer de 81 años enferma del corazón y con un diagnóstico de deterioro cognitivo pasa tres años sin ir al médico y nadie la echa de menos. Parecer ser que en su centro de salud no notaron su ausencia, no pasó ninguna revisión. No fue citada para ninguna prueba médica, y si lo fue y no acudió tampoco nadie se interesó por sus causas. Quizá era una más de la lista del 35 por ciento de personas que no acuden a las consultas, como afeó el otro día el consejero de Salud. Tampoco funcionó para ella la ayuda a la dependencia, porque solo se activa si se reclama. Al parecer, nadie se responsabiliza de comprobar si las personas están correctamente atendidas en el ámbito familiar o si necesitan ayuda, como en este caso. Estas circunstancias no eximen al culpable, ni justifican ni hacen menos terrible su conducta. Tampoco responsabiliza ni culpa a nadie más. Pero salta a la vista que quizá convenga cambiar algunas cuestiones en los ámbitos de sanidad y de servicios sociales para proteger a las víctimas de este desamparo. Hace año y medio, dos hermanas fueron encontradas sin vida en su piso de la calle Burgos del que iban a ser desahuciadas. Tampoco vivían, como en este caso, en condiciones dignas. Lo dijeron los vecinos y conocidos después de la tragedia, cuando su testimonio ya no servía de nada. Ahora ha sido esta mujer desvalida, frágil, sola durante tantos años, en manos de un hijo que evidentemente no estaba capacitado para cuidarla. Tampoco nadie de su entorno detectó nada. O si lo sabían o intuían no hicieron nada por remediarlo. Tal vez esta mujer haya sido víctima también de una indiferencia colectiva.