Indulgencia

Liébana no está a la altura smartcity de la capital y el dintel sagrado se mantiene virgen de sensores que disparen la alarma cuando pasan peregrinos con un abultado historial en busca de indulgencia. Aunque existe otro contador mágico que todo lo ve y que, con meticuloso celo, detecta cuántos foráneos cruzan nuestras fronteras por tierra, mar y aire, y hasta cuántas anchoas consumen.

Lo único que no ve es lo que salta a la vista. Que quizá conviene frenar la política del 'más que ayer pero menos que mañana' a la hora de aplaudir turistas. Cierto que nuestras autoridades –acaso en gracia por el recién adquirido jubileo– han empezado a reconocer que hay que tomar medidas «para evitar riesgos de masificación», ahora que el cambio climático nos amenaza con ser el paraíso turístico al que paradójicamente siempre aspiramos.

Será complicado cerrar las puertas. De momento, las únicas medidas que se están tomando son contra la población local. Especialmente en lo sanitario. Los autóctonos queremos tener médico en nuestro pueblo, como toda la vida. Pero al parecer ahora es imposible «porque nadie se quiere aislar». Como si Penagos –que ha estado sin médico ni fijo ni eventual desde julio– fuese un destino en el corazón de las tinieblas. Esperemos que no se contagie este espíritu a las escuelas rurales. Se agradece, al menos, la franqueza. Hace meses nos dijeron que las listas de espera no tienen arreglo –«O te pones a la cola, o copago»– y ahora que esto tampoco lo van a solucionar. Resulta fascinante. Todos los políticos prometen arreglar las cosas, menos nuestro consejero de Salud que se compromete a que vayan a peor.