Indulto

La primavera, luz sobre las sombras, descubre una mirada diferente efervescente y azul sobre el paisaje triste del invierno. Los científicos del Instituto de Hidráulica han tomado conciencia de la necesidad de levantar la vista del laboratorio y salir a la calle a mirar cómo cambia la naturaleza para poder teorizar sobre ella. Así que han instalado unos cacharritos en los Jardines de Piquío para que los ciudadanos envíen fotos de lo que ven, para saber cómo cambian las playas con el tiempo. Cuesta pensar que hasta ahora no hayan mirado nunca en esa dirección.

La Guardia Civil, por ejemplo, de mirada más larga, ha llegado al epicentro de la epidemia hemorrágica de complicado nombre que ha matado a miles de vacas. Wuhan estaba en Cáceres, de donde algunos trajeron ilegalmente ganado infectado que propagó el mal.

A nosotros, los ciudadanos, al parecer nos afecta otra epidemia diferente de insomnio y salud mental. Cinco millones de personas toman pastillas para dormir mientras otros sueñan con la amnistía. Animados quizá por ese onírico efecto, el Gobierno central, después de catorce años, recupera la tradición católica de los indultos de Semana Santa y excarcelará a cinco reos. La cofradía de La Merced va a liberar a la indultada cántabra, una mujer condenada por estafa. El Gobierno ha sido generoso con los indultos, quizá consciente de que cuando al pueblo le dieron a elegir optó por salvar al ladrón y condenar al agitador. Se actualiza la liturgia de la Semana Santa: que suelten a Barrabás y que crucifiquen a Puigdemont.