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Han empezado a sonar las trompetas que quiebran los muros de nuestras casas y dejan en la intemperie a sus habitantes, para entregar el corazón urbano de la ciudad a los viajeros de paso. También aquí, entre asfalto y hormigón, nos acechan los lobos. Los ... de la fiebre del oro turístico que sacude y agita nuestras rutinas vitales. Nos expulsa y arrincona en nuestra propia escalera, en nuestra propia ciudad entronizada ya como espacio para el placer fugaz del extraño, ante la indiferencia de quienes nos gobiernan. Ahora lloran los desahuciados de un edificio de Santander, en la calle Santa Clara, adquirido por un fondo de inversión sin rostro, que aspira a ser otro lucrativo jardín turístico. Nuestra autoridad local se ha acogido a la doctrina Pilatos pero urgen decisiones para evitar que el centro se quede sin más vecinos y sea un gigantesco hotel.
En el Gobierno de Cantabria difieren las consignas. Desde la liga anticomunista de urbanismo no han pensado dónde vamos a vivir ante la escasez de alquileres estables y el incremento desbocado de los precios, y –para perplejidad del respetable–proclaman con imperativa convicción que no se van a aplicar medidas para limitarlos. Una interpretación del derecho a la vivienda cercano a la caricatura. Mientras, por contra, la titular del departamento de Turismo advierte que para evitar situaciones insostenibles los ayuntamientos tendrán que limitar esta epidemia de pisos turísticos en sus planes urbanísticos y ordenanzas.
Tras el incendio de 1941 el centro de la ciudad se arrebató a sus vecinos para entregarle a una nueva burguesía local que emergió con el lucrativo negocio de la reconstrucción. Se expulsó a la periferia a sus habitantes, a las clases menos favorecidas, y el suelo sobre el que vivían pasó a manos de las familias bien relacionadas con las élites de la dictadura. Hasta los pescadores fueron exiliados al Barrio Pesquero y Puertochico cambió los barcos de pesca por los barcos de recreo. Ahora, ocho décadas después, volvemos a estorbar. La amenaza de otro proceso intensamente especulador puede consumar otra nueva expulsión de los vecinos hacia la intemperie.
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