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Estos días hemos leído que los cántabros encaramos la Navidad con los ahorros bajo mínimos y que llegan a Cáritas personas con sueldos que no les alcanzan para comer. Pero estas fiestas parecen capaces de eclipsar cualquier infortunio. De hecho, frente a una economía adversa ... y dos guerras aquí estamos, en nuestro perímetro local, extasiados ante la contemplación de la prolífera y llamativa iluminación navideña que, por cierto, otras localidades están disputando a la capital, Santander, que se ha quedado atrás con sus abetos luminosos patrocinados por marcas comerciales, frente a las propuestas más innovadoras de Quijano, Cartes, Corrales o Torrelavega.
El alumbrado proporciona alegría pero al tiempo ha desatado la rivalidad entre autoridades locales por ver quién pone más bombillas o quien tiene el árbol más largo. Este síndrome de falocracia navideña nos tiene tan entretenidos que nadie presta caso a una de las grandes paradojas de estos días: que se multipliquen las luces de Navidad precisamente ahora que el precio de la luz está disparado. Mientras muchos hogares no se atreven a prender la calefacción y ponen la lavadora por la noche para ahorrarse unos céntimos de euro en el megavatio, nuestros municipios derrochan luz y nosotros aplaudimos y peregrinamos a contemplar el espectáculo para experimentar una sensación de Navidad más allá del centro comercial. La buena noticia para nuestras autoridades es que ya no hace falta que nos den pan, nos basta con el circo. Al menos, durante esta efímera tregua navideña posiblemente necesaria para coger aliento.
Curiosamente, este extraño síndrome de las luces de la Navidad tiene la habilidad inversa de oscurecer la realidad cuando se encienden los focos. Por unas semanas nos olvidamos de que Cantabria destruye empleo a un ritmo nueve veces superior que la media nacional, o de que para mejorar la asistencia sanitaria no se van a contratar más médicos sino multiplicar –textual– los que ya existen para atender varios centros de salud. Si esto es lo que nos espera, apaga las luces de Navidad y vámonos a sortear la oscura cuesta de enero. Cuando dejen de sonar las zambombas y retornen los tambores de guerra.
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