Pereda

Desafortunadamente tampoco queda rastro de San Quintín, la casa de Pérez Galdós, que sucumbió a la ignorancia e indiferencia de nuestras autoridades.

El escritor de Polanco no tiene buena suerte. Los jardines de Pereda, inaugurados en 1905 unos meses antes de que falleciese, sobrevivieron al incendio del 41 pero ya solo son una cicatriz ausente de aquel singular edén botánico que los cántabros contribuyeron a crear con entusiasmo aportando árboles y plantas. Hoy apenas quedan huellas después de dos agresivas reformas. Un jardín que entonces giraba alrededor del monumento con escenas literarias de sus obras, ubicado frente al número 4 del paseo, donde el escritor vivió una temporada. Allí sigue el padre Apolinar adoctrinando a los raqueros Muergo, Subia, Sula, Core, Guarín y Toletes, totalmente desapercibidos frente a los del Muelle Calderón protagonistas de selfies y postales.

El bautizado en su honor como Teatro Pereda pereció a manos de la piqueta de la provinciana especulación urbana que sacrificó un edificio cuyo porte, historia y ausencia aún supura añoranza y rabia en la ciudad. El Pereda miraba hacía la bahía a través del arco del edificio del Banco Santander de la calle del Martillo, que también se modificará para servir a una nueva instalación cultural. A Concha Espina le colocaron un monumento en los jardines mirando al Teatro Pereda. La urna que se enterró con una carta para leer pasados cien años, en 2027, al parecer fue triturada en algún inoportuno mordisco de excavadora mientras cambiaban su emplazamiento.

En estos menesteres acusamos una desafortunada propensión hacia la chapuza y el desprecio del patrimonio. Especialmente con Pereda. Le alteramos los jardines, le derribamos el teatro y ahora perderemos su casa.