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El otro día la Comisión Europea nos sorprendió anunciando que quiere fichar a la cantante estadounidense Taylor Swift para animar a los jóvenes a votar. Pero a la luz de las últimas circunstancias no sabemos si merece la pena esforzarse para arrastrar a las urnas ... a algunos de los protagonistas de nuestra actualidad local, como el que acaba de tirarse de un coche en marcha a la ría de Colindres, o el universitario que ha escupido barbaridades altamente perturbadoras desde una red social del Consejo de Estudiantes de la Universidad de Cantabria.
Ambos han coincidido en mostrarse arrogantemente audaces desde la cobardía del anonimato y se han negado a identificarse. También es verdad que el primer joven solo atenta contra sí mismo y hasta podría generar cierto sentimiento de compasión. En el caso del segundo sujeto se advierte una notoria satisfacción en vejar y humillar a terceras personas. Aunque toda esa dosis de adrenalina verbal desbocada, denigrante y ofensiva ya no parece tener el valor de fluir a cara descubierta. Así, es muy difícil sostener que alguien en esta circunstancia conserve el derecho a mantener una plaza en la universidad pública, cuando de su comportamiento podría trascender que carece de la madurez y de la formación que corresponde a un muchacho de su edad y de su nivel académico. Cabe preguntarse también si es un caso aislado o un comportamiento más frecuente de lo que imaginamos. Justamente ahora que los mayores empezaban a dar ejemplo borrando de la Constitución –imprudentemente intocable para algunos– el término 'disminuido'.
De momento, la Universidad ha necesitado tres comunicados para tomar cartas en el asunto con cierta tibieza. En lugar de confiar el caso a la justicia será la propia institución, en una investigación interna, la que decida si hay delito de odio. Con suerte para mayo conoceremos el veredicto que, de ser afirmativo, trasladarán a la fiscalía y volveremos a empezar.
Mientras, queda tiempo para reflexionar. Porque, quizá, el autor de tales despropósitos no hace más que imitar lo que escucha, proclamando a gritos que a él también le gusta la fruta.
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