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Enero empieza fuerte con la resurrección de dos clásicos: las mascarillas y los hilillos de plastilina en versión pélets, mucho más higiénicos en apariencia. La ... ola de gripe y afecciones respiratorias empezó hace semanas, pero a nadie se le ocurrió mitigar su propagación con mascarillas en los centros de salud y hospitales. Cuando, al fin, entre titubeos, recelos, reparos y dudas nos la impone el Ministerio resulta que llega tarde porque los virus –según nos dicen– ya van a desaparecer de nuestra comunidad.
Pese a lo fugaz de la imposición, el responsable de Salud de Cantabria está molesto porque lo de las mascarillas se decidió en Madrid «sin aval técnico ni consenso con los consejeros». Efectivamente, quizá haya sido una decisión basada exclusivamente en el sentido común, que no siempre viene garantizado de serie en las autoridades que nos tocan en suerte. En la Xunta de Galicia, por ejemplo, tratan a los pélets como si fuesen almejas porque dicen que «son aptos para uso alimentario». En el ímpetu de la campaña electoral gallega no descarten ustedes que veamos a algún candidato comiéndose un plato de bolitas de plástico regadas con ribeiro en un trasunto de Fraga en Palomares.
Aunque era difícil de superar, su homólogo de Cantabria –nuestro consejero de Pesca y Alimentación– ha elevado el nivel de perplejidad. En su opinión, los millones de pélets vertidos al mar no son contaminantes y no pasa nada si los peces se los tragan «porque sus vísceras no se ingieren». Más inquietante fue la apostilla que hizo: «Igual que unas pelotas de plástico que pueda comer un animal, que es habitual». Esto sí que es tranquilizar a la población, porque ahora –con estas perturbadoras revelaciones– antes de comprar un pollo dan ganas de hacerle una radiografía. Situados en esta atalaya científica no se extrañen si el siguiente paso es quitar importancia a los pélets comparándolos con un inofensivo balón gástrico. Cuando el consejero concluyó el otro día que estamos ante una «intoxicación política» tenía razón. El negacionismo ha llegado demasiado lejos cuando nuestras autoridades nos animan a comer plástico con tanta despreocupación.
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