Realidad encadenada

En Cantabria llevamos unos días con píldoras estadísticas que quizá convenga poner en contexto. Primero nos contaron que ha habido un notable incremento de agresiones y abusos sexuales entre jóvenes. Al hilo, que también consumen más sustancias tóxicas y que los delitos se han multiplicado por cuatro. Crecen, asimismo, los comportamientos de acoso escolar y a través de las redes sociales en menores de catorce años.

Unos días después leímos que los mal llamados MENAS, los menores extranjeros sin familia que residen aquí, son extremadamente pacíficos. Solo uno de ellos ha resultado conflictivo, mientras los de casa cada vez visitan con más frecuencia los juzgados. Otra vez la realidad contradice el discurso fatalista de Vox, lo que no implica que vaya a renunciar a él.

Y, de postre, la semana pasada resultó que hay cien casos más de violencia de género y que se han dictado casi quinientas órdenes de protección y alejamiento, un 33 por ciento más que el año anterior.

Como colofón, se ha publicado que en la comunidad existen ocho clubes y 500 pisos de lo que se todavía se camufla tibiamente como 'alterne' o 'relax'. Va a resultar que tenemos más actualizado el censo de pisos de prostitución que el de pisos turísticos. Habida cuenta además –nótese la proporción- que los centros de salud y consultorios no llegan a doscientos.

Y, así, mientras los urbanitas universitarios del Colegio Mayor Torres Quevedo de Santander perpetúan la humillante consagración de los novatos –con una escena fuera de época– otros jóvenes, los del mundo rural, protagonizaron una marcha por el centro de Santander para reivindicar mejores condiciones en sus pueblos donde quieren quedarse a vivir y a trabajar. Llegaron a las puertas del Parlamento pero nadie les salió a recibir.