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Para perplejidad del respetable empieza la campaña de vacunación de la gripe y los cántabros seguimos en la playa, en chanclas y bañador. Aunque el ... otoño no se deja confundir por este cálido octubre y las hojas caen y los bosques estallan en una extraordinaria explosión de colores. La natural transición entre estaciones se abre paso en esta disparatada coyuntura que destroza todos los esfuerzos que hicieron nuestros maestros por inculcarnos las características de nuestro antaño clima oceánico.
Los niños regresaron al colegio hace un mes pero el Cantábrico, extrañamente templado, nos alivia este insólito calor que prolonga un verano –antes fugaz y fresco– que en la última década se ha ido suavizando hacia un largo, caluroso y desacostumbrado estío. Un efecto preocupante, aunque placentero, que todavía algunos se niegan a admitir arremetiendo contra cualquier iniciativa –véase las zonas de bajas emisiones– que intenta contribuir a no estropear tanto el planeta. Qué molesta es la responsabilidad.
Eso sí, el final de las vacaciones de quienes nos visitan, ese agosto que se despide del bullicio y del ruido, y de la saturación turística que ya comienza a cuestionarse, ha dado paso a un merecido recreo de mayor soledad y silencio para quienes no estamos de paso. Tenemos hueco en la playa y mesa en las terrazas. Una recompensa, un verano extra para nosotros solos que además recorta el largo y gris invierno del Cantábrico.
En suma, una extravagancia, un otoño que no llega. Puro realismo mágico a seis semanas de que nos enciendan las luces de Navidad. Y esa mañana quizá estalle de repente el frío. Como aquel año, en Macondo, cuando el invierno se precipitó un domingo a la salida de misa en forma de diluvio. Solo que aquí los padres no llevarán a sus hijos a conocer el hielo, como le ocurrió a Aureliano Buendía. En Cantabria, les hablarán del enigma políticamente bautizado ya como 'la cuadratura del círculo'. Esa singular bajada de impuestos –especialmente generosa con los que más ganan– que misteriosamente no reducirá los ingresos del Gobierno e incluso multiplicará los panes y peces presupuestarios. Un fenómeno sobrenatural en este año sin otoño.
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Ana del Castillo
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