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Los árboles fueron desapareciendo del paisaje de las carreteras de nuestra infancia, pero en las ciudades también sufren severos procesos de depuración. También ha perecido ... uno de los ejemplares de mayor belleza de Santander, que cautivaba por su esplendorosa copa tejida con ligereza por hojas de extraordinarios matices cromáticos. En su lugar, en la Rampa de Sotileza, crece un tímido y débil heredero que ya no da sombra al pequeño banco. Se lo llevaron un día, de repente, y nos dejaron la estampa de su ausencia sin poder reaccionar. En cambio, los concejales del Partido Popular de Comillas han pasado la semana vigilantes al pie de dos centenarios castaños de la Plaza del Corro condenados a la guillotina. Llegan temprano y se sientan en el banco que hay debajo de los árboles, hasta que los operarios se aburren y se marchan sin poder desenfundar la motosierra.
Por el momento es una protesta de baja intensidad, de resistencia pacífica, de desafío a la propia autoridad municipal que ellos mismos representan. Están a un paso de que alguno califique esta acción de rebeldía sediciosa, especialmente peligrosa viniendo de un cargo público. Porque al fin y al cabo ellos también están pidiendo una simbólica amnistía para los árboles condenados a muerte, mientras su partido anuncia un recurso contra la que acaba de aprobar el Congreso.Al tiempo, nos comunican que Franco sigue siendo alcalde de honor de Santander y conserva varias distinciones de las que debía haber sido desposeído. La autoridad municipal justifica además que, desobedeciendo las leyes, la ciudad mantenga símbolos franquistas argumentando que «hay que diferenciar lo urgente de lo importante». Casi cincuenta años después todavía no se ha encontrado el momento. Conviene tomar nota de la diligencia de la gestión municipal.Los conceptos de urgencia y de importancia son relativos. Como el de respeto a las leyes o el de amnistía. Los que ahora protestan contra la catalana son los mismos que constantemente la reivindican para olvidar el pasado incómodo de la dictadura. Que paradójicamente nos recuerda constantemente los símbolos que permanecen en las calles. Una lógica de esperpéntica perplejidad.
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