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En la religión católica, la esencia de Dios es el amor, Dios es amor y es omnipresente en todo lugar donde hay amor. Con ... ternura recuerdo a las personas anudadas a mi querer y que ya partieron, y así los siento, omnipresentes, porque los recuerdo con cariño, con profundo respeto, cayendo cada día que pasa en todo lo que dijeron, me dieron e hicieron por mí. Conforme visito las casas en que habitaron, los lugares más suyos, incluidos iglesias y camposantos, con mayor frecuencia los hago presentes, por no decir que allí siempre están ellos, esperándome.
Ellos me enseñaron que el hombre religioso pone guardia a su boca, que hay que ver, oír y callar en muchas circunstancias, que hay que ser amable con todos y sufrir con paciencia los defectos del prójimo y del próximo. En ocasiones repetían frases del evangelio transformadas ya en dichos populares, «el que esté libre de pecado que tire la primera piedra», «no seas Adán»... Aprendí a tener compasión de los demás, pero a no olvidar que a veces también hemos de tener compasión de nosotros mismos. ¡En cuántas ocasiones nos dijeron de mil modos y maneras que los trapos sucios se lavaban en casa y que agua junta riega el prado!, aludiendo a la importancia de la unión familiar.
Tanto los hombres como las mujeres parecían hechos a hacho, difícil era verlos quejarse, ¡tantas cornadas les había dado el hambre!, tan duros trabajos habían realizado, que realmente sólo ellos comprendían que no tenía sentido enfadarse por nimiedades, que en definitiva como solían decir «nadie se va a quedar aquí para simiente». Las mujeres eran más religiosas, posiblemente y hablando en general siempre lo han sido. Rezos tradicionales que las ayudaban a llevar con alegría y paz las dificultades cotidianas. rosario, misa, el sagrado corazón, el dulce corazón de maría o la virgen del Carmen, no solo eran jaculatorias, vivían con ellos en cuadros hechos en base a láminas de calendarios. La sociedad de aquellos tiempos no era la actual, es cierto, pero posiblemente los valores eran más consistentes, más firmes, «palabra dada era palabra empeñada» y mal visto era aquello de «arrimarse al sol que más calienta».
Con frecuencia rememoras cosas, hoy recuerdo que yendo de paseo un día, mi abuelo me preguntó si oía algo, le dije que sí, que venía un carro, él me inquirió, ¿cargado o vacío?, vacío le respondí. Después pausado, aseveró, así les ocurre a los hombres que tienen poco que hacer, chirrían, se quejan por todo. Siguen omnipresentes, porque la vida no se pierde cuando se deja de respirar, sino cuando se deja de ser feliz.
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