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En nuestro país, donde tenemos dichos y refranes para casi todo, hay dos que, en esta ocasión, me vienen como anillo al dedo. Uno de ... ellos sostiene que el infierno está empedrado de buenas intenciones, mientras que el otro afirma que del dicho al hecho va un trecho.
La referencia a las expresiones arriba citadas me la ha sugerido el estupendo trabajo que, firmado por José Ahumada y Violeta Santiago, apareció hace unos días en el DM con el título 'La Cantabria que pudo ser y no fue'. En el mismo se hace referencia, de forma clara, breve y concisa, a las oportunidades de desarrollo que nuestra comunidad ha ido perdiendo a lo largo de los últimos años y que, de una forma u otra, han relegado a la misma a la situación de intrascendencia económica y política en que se encuentra.
La relación de ocasiones perdidas mencionadas en el artículo no es exhaustiva, pero sí muy amplia y comprehensiva. En la misma se pone de relieve que las oportunidades perdidas se han producido (y se siguen produciendo) en todo tipo de sectores productivos y que gran parte de la responsabilidad, si no toda, corresponde a la negligencia de las administraciones públicas.
Aunque, siguiendo con los refranes, tiene poco sentido llorar sobre la leche derramada, lo cierto es que cabe preguntarse cómo sería Cantabria hoy si al menos unos pocos de los proyectos fallidos se hubieran convertido en realidad. ¿Cómo lucirían las Llamas si toda su superficie fuera parque y se hubiera ubicado el museo de Cantabria en la misma? Y ¿qué decir si tuviéramos cubierta la Plaza Porticada? ¿Cómo se habría facilitado el tráfico si los puentes de Laredo a Santoña y de Requejada a Suances se hubiesen construido, se hubiese circunvalado Potes, soterrado el tráfico en Maliaño, o unido Liébana con la Meseta por Campoo? ¿Cómo de floreciente estaría la economía de la zona (y de todo Cantabria) si las promesas de la mina de zinc de Reocín se hubieran convertido en realidad?
Claro que tanto o más graves que las, entre otras muchas, oportunidades perdidas arriba comentadas, están las que siguen, de acuerdo con Sofía Mazagatos, en el candelabro y que corren el riesgo de quedarse ahí 'ad aeternum'. Me refiero, por supuesto, al tren de alta velocidad con la meseta, a la conexión rápida con Bilbao y el resto de la cornisa, a la ampliación de carriles en determinados tramos de la A-67 y A-8, a la nonata autopista Santander-Mediterráneo, a la unificación de las estaciones santanderinas, etc., etc.
La verdad es que, a la hora de vender humo, somos formidables. No sé si esto sucede en igual medida y proporción en otros lugares; lo que sí sé es que aquí lo bordamos y que, además, somos tan prepotentes que a nadie le salen los colores por ello ni nadie se siente responsable de nada. La única explicación que se me ocurre es que, como, de hecho, la responsabilidad se diluye entre todas las administraciones (central, autonómica y local) y partidos políticos de uno y otro signo, y se extiende a lo largo de un buen número de años, nadie se atreve a lanzar la primera piedra.
Uno es consciente de que, en cualquier actividad humana y sean quienes sean los implicados en la misma, son muchos los proyectos que no llegan a convertirse en realidad; otros muchos, sin embargo, sí lo consiguen, y algunos hasta logran un éxito rotundo. No es, claro está, el caso de ninguno de los proyectos públicos o semipúblicos, grandes o pequeños, arriba mencionados. Ciertamente, todos ellos levantaron muchas esperanzas entre los potencialmente afectadas por los mismos; por desgracia, esas esperanzas se han visto frustradas más pronto que tarde.
La frustración debida a estas oportunidades perdidas, a estas promesas incumplidas tiene, a mi juicio, dos efectos, a cual más negativo. Por un lado, es más que evidente, como se indicaba al principio, que ha lastrado de forma importante el desarrollo económico de nuestra región. Por otro, ha contribuido, contribuye y contribuirá a mermar nuestra confianza en los políticos, sean, digámoslo una vez más, del partido que sean. Y cuando se rompe esta confianza, porque no tienen ninguna (o tienen muy poca) credibilidad, el terreno está abonado para todo tipo de populismos y extremismos. Sólo prometiendo menos y cumpliendo más estaremos en condiciones de restaurar la credibilidad y confianza en la clase política, y de mejorar nuestra economía y sociedad.
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Ana del Castillo
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