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Hemos asistido a las elecciones en la Comunidad de Madrid, y el resultado aunque esperado, ha superado todas las expectativas, sorprendiendo a propios y ... extraños. Las encuestas venían haciendo una determinada lectura, el PP ganaba holgadamente; Ciudadanos no superaba el 5%; Mas Madrid contaba con un discurso fresco y revitalizador, por lo que se esperaba que creciera; Unidas Podemos, desde el principio se supo que su carrera estaba en peligro; la propuesta de unión de las izquierdas fue rechazada por todos, y el partido socialista, al no cambiar de actitud, y siendo esta prudente, silenciosa y con tintes científicos, lejos de los intereses terrenales del ciudadano, se esperaba incluso que fuera superado por Mas Madrid.
En las encuestas, que siempre apuntaban una superioridad del PP, tenía especial protagonismo la señora Ayuso, persona cuando menos singular, muy cercana y sencilla, directa, carente de todo barroquismo, con expresiones siempre inteligibles que el pueblo degustaba, y con una historia que la había conscientemente marcado, por un permanente enfrentamiento con el Gobierno central. Díscola hasta con los suyos, su permanente enfrentamiento con el señor Sánchez, no con su gobierno, que consiguió llevarle a una mesa neutral repleta de banderas -única autonomía en conseguirlo-, fue adquiriendo un protagonismo, incluso un referente entre todos los suyos y no suyos, consiguiendo que no existiera una reunión interterritorial de presidentes autonómicos en la que no planteara alguna disidencia o discordancia, bien asistiendo o incluso sin asistir a la reunión.
Este protagonismo se desarrolló y creció, realizó una gestión de la pandemia en la que trataba siempre de satisfacer al ciudadano andante, sin preocuparse de las hospitalizaciones -pese a la enorme presión hospitalaria permanente, que sigue en la actualidad-, ni de los fallecidos en las UCI, ni de cuanto suponían estas estancias económicamente que pagamos todos, ni de los fallecidos en las residencias de mayores, notificando la suspensión de hospitalizaciones, ni de los fallecimientos que estas provocaban, ni de contratar rastreadores suficientes, ni de las colas del hambre tan numerosas, que fueron los barrios los que se hicieron cargo de las mismas, las escuelas con mas guetos de toda Europa... Pero lo importante era que el viandante, el trabajador, no perdiera su empleo, para lo que permanecían abiertas las tabernas en las que encontrarse los familiares, charlar, pasarlo bien y tomar unas cervezas y unas tapas, incluso acompañados de franceses, creándose un ambiente relajado y satisfactorio.
Madrid, suponía libertad, placer, alegría, vivir en satisfacción, era un sueño, algo añorado por todos, no había mejor noticia en el ambiente en el que se vivía de recato y recogimiento, esto obviamente caló en lo más hondo de los escuchantes, la diversión y la fiesta en esos momentos era imparable, de tal forma que su crédito, su prestigio, su nombre, su capacidad de gestión, era envidiable, por lo que su personalidad fue creciendo, hasta trascender al resto de las autonomías.
Si a esto lo unimos, el que el votante de Ciudadanos ha querido sentirse útil, el temor cada día mayor a Vox, populistas, fanáticos y xenófobos, que Unidas Podemos perdió ímpetu cuando de entrada no consiguió la unificación de las izquierdas, que además se da un deseo expreso de unificar la derecha alrededor del PP, sueño vendido, deseado y aspiración de toda la derecha, y que ningún partido opositor ha sabido plantear una discusión crítica e inteligente, enmarañándose en el fango de la cerveza, de los encuentros de amigos y familiares, y de la imposibilidad de no encontrarse con una expareja, el cóctel está servido y el resultado ha superado lo esperado.
Cuando las singularidades de esta situación desean trascender al resto de autonomías, en nuestro criterio se comete un error. En Madrid hemos asistido a varias peculiaridades muy específicas: primera, la situación de la autonomía y de la nación, situación compleja y difícil para todos por la evolución de la pandemia, muchos sin saber qué hacer; segundo, la personalidad de la líder, su carácter locuaz, comunicativo, desinhibido, acrítico, directo y radical, sin dibujo alguno, muy directa, franca y risueña; tercero, la situación del resto de los partidos, alguno de ellos en verdadera descomposición y, finalmente, el suelo amplio con el que el PP cuenta en Madrid, al gobernarla varias décadas.
Mi deseo es que los protagonistas consigan superar cuantas heridas se hayan suscitado, que el diálogo se imponga al conflicto, y que el acuerdo sea para todos el objetivo más preciado.
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