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Kierkegaard definió la angustia como el miedo que sentimos cuando algo en nuestra vida nos recuerda que nuestro futuro no es ilimitado, miedo que podemos ... sentir, incluso, cuando nos enfrentamos a situaciones para las que estamos altamente capacitados. Vivimos unos momentos en los que esa sensación nos ha cercado. Desde hace un año vengo haciendo voluntariado en la Fundación Asilo de Torrelavega, tratando de aportar algo a esta institución, una de las la más queridas y respetadas por los torrelaveguenses, donde viven más de trescientos mayores y trabajan medio millar de personas. Y es aquí donde, a diario, los neófitos recibimos una lección de cómo desembarazarnos de ese miedo.
Durante estos tremendos días en los que los contagios y fallecimientos por el Covid-19 se han contabilizado por cientos, escuchamos algunos comentarios negativos relacionados con las residencias de mayores, aportando una idea totalmente falsa e injusta del trato que se dispensa a los ancianos en estas instituciones. De esta experiencia en el voluntariado voy a intentar describir -con pluma de inexperto- mi percepción de cómo es el trabajo de los sanitarios y cuidadores y cómo perciben los mayores lo que está ocurriendo.
Por la alta expectativa de vida de los españoles, debido en buena parte a los buenos cuidados que reciben de las familias y de la sanidad, gran parte de los ancianos gozan de una larga existencia. En España, son más de ocho millones las personas mayores de 65 años, de las cuales, un millón son dependientes. De ellos, según un informe de la Sociedad Española de Geriatría, el 84% necesita ayuda para su higiene, un 63% para preparar la comida, un 58% para alimentarse y un 84% para no olvidar tomar la medicación, y el 90%, necesita apoyo y cariño emocional. El desenvolvimiento actual de la sociedad, el individualismo y las nuevas formas de vida familiar, hace que los cuidadores y las residencias se hayan hecho imprescindibles en el ultimo tramo -el más frágil- de la vida.
A nosotros, los torrelaveguenses, nos gusta llamar a nuestra residencia de mayores Asilo porque así fue como lo crearon nuestros antepasados hace siglo y medio; así pues, en el sentido más elogioso de la palabra, hablaré de lo que veo y vivo en el Asilo, y que, seguramente, es extensible a la mayoría de las instituciones similares. Creo, en primer lugar, que en una crisis plagada de memes y noticias falsas (las famosas 'fake news') se puede estar intentando justificar algunas decisiones cuestionables de los gobernantes, llevando al desprestigio la labor de las residencias, y por ende, poniendo en duda la eficacia de los cuidadores. Por el contrario, se está hablando poco de estas personas que hacen de su trabajo algo satisfactorio, querido y beneficioso.
Yo, cada día, veo en el Asilo de Torrelavega una legión de personas dando lo mejor de sí mismas: a dos médicos -más un MIR de Sierrallana- a los 13 enfermeros, a las religiosas, a la psicóloga, a la dietista, a los tres fisioterapeutas, a los 180 auxiliares y a un enorme equipo de cocina, limpieza, mantenimiento, vigilancia y seguridad. A diario, solo veo personas que van más allá de un puesto de trabajo durante ocho horas diarias, que a su vocación le unen empatía -tan importante ante la vulnerabilidad del anciano-, con capacidad de comunicación -les hablan, y lo más importante, les escuchan- y que son capaces de trasmitir energía positiva, mostrando ese optimismo tan necesario en personas que pueden tener altibajos emocionales. Les veo llorar y cantar con ellos, acariciarles, y conmovedoramente llamarles abuelos, y he visto caer a dos religiosas, como siempre, en primera línea de esta feroz batalla.
Los cuidadores -del primero al último- son vitales para los mayores porque se convierten en las manos, los oídos, la sonrisa y la caricia de sus hijos cuando estos no pueden estar con ellos. Alguna vez, en el Asilo, me ha dicho un anciano eso de que «aquí estoy bien porque no quiero ser una carga, ni molestar a mis hijos o a mis nietos con mis problemas, que bastante tienen con lo suyo; antes, prefiero quitarme de en medio». Por eso, el Asilo se convierte en su nueva casa, donde reciben a sus familias con alegría.
Pero a veces esta labor es ingratamente mal valorada, incluso, por los que en el Asilo han encontrado perfecta solución a muchas tensiones familiares derivadas de la dureza de cuidar en casa a una persona dependiente -que tiene momentos de rebeldía-, unido a los problemas de la vida cotidiana con su pareja, los propios hijos y el estrés de la vida laboral, o por quienes tienen la mala conciencia de haber puesto a los mayores al cuidado de otros, exigiéndoles lo que ellos mismos no quieren o no pueden dar, tratando de encontrar un culpable de su mala conciencia. Si es hora de repartir agradecimientos, tengámosles a ellos en los aplausos ahora silenciosos.
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