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La gente no puede vivir sin esperanza ni mitos, es decir sin ilusiones; pero el mundo no puede sobrevivir sin orden. Ello hace que la ... gente acabe por acomodarse al orden que le venga impuesto ¡sea este o el que fuere! Si occidente quiere preservar el orden liberal para que siga predominando, al menos en esta parte del mundo, debe empezar por reconocer que la actual globalización ha tocado techo y el orden político está en seria crisis. Así pues, solo nos queda esperar que nuestros líderes tengan más habilidad manejando la decadencia de la que tuvieron en el manejo del auge.
En lo tocante a la globalización, Joseph Stiglitz (Nobel de economía 2001) dice que la idea de que el enriquecimiento de los ricos automáticamente beneficia a los pobres, ya hablemos de personas o países, fue desde el primer momento una estafa, una idea que nunca ha sido demostrada y para la que no existe evidencia comprobable. En consecuencia, propone que los países ricos muestren mayor solidaridad con los mercados emergentes y los países en desarrollo, ayudándolos de forma efectiva a manejar el aumento de costos de comida y energía. Esto puede hacerse, afirma, reorientando los fondos en la reserva del Fondo Monetario Internacional hacia dichos países; además de conseguir que la Organización Mundial del Comercio acuerde una exención del pago de derechos de patente de las vacunas contra el covid. Por otra parte, dado que el gran aumento de precios en comida y energía va a agravar todavía más la crisis de deuda que ya padecen estos países, complicando las trágicas desigualdades generadas por la pandemia, los países ricos deben dejar de proteger a los grandes bancos e instituciones de crédito que de forma desalmada instigan a los pobres a endeudarse más allá de lo que pueden soportar.
Stiglitz termina apuntando que, tras décadas beneficiándose de la globalización, prometiendo el oro y el moro a toda la población de países tanto ricos como pobres, las grandes corporaciones deben aceptar la implantación de procesos que realmente mejoren las condiciones de vida de todos ellos; en lugar de crearse cada vez mayor número de enemigos en todas partes. El aviso implícito es que de no hacerlo, el populismo y el autoritarismo terminarán por imponer sus propios modelos.
En cuanto al orden político mundial, los cuatro modelos -unipolar, bipolar, multipolar, soberanías nacionales- del que hablábamos la semana pasada, implican reglas del juego muy diferentes sobre quién tiene el monopolio de la violencia: ¿cada Estado el suyo? ¿Las grandes potencias en equilibrio de poderes? ¿Solo dos potencias hegemónicas? ¿Solo una?; y en cuanto a la ley: ¿La ley del más fuerte o el imperio de la ley? ¿El modelo liberal, democracia y economía de mercado para todos, o múltiples sistemas compitiendo entre sí de forma más o menos pacífica? ¿Será la renuncia a defender unos derechos humanos universales el precio de la paz? Todo depende de lo que cada bloque consiga llevar a efecto. Por lo que nos toca, me centraré en el bloque occidental. El problema más urgente es la conciliación entre las necesidades energéticas, dependientes de terceros, y la respuesta al cambio climático. Respecto a la energía, habrá que reconducir el suministro exterior a países confiables, aunque no sean los más económicos; esto incluye el desarrollo de nuevos proveedores (África) y restablecer la confianza con países como Arabia Saudita, Venezuela, incluso Irak e Irán quienes, dado su tamaño, no pueden tener aspiraciones hegemónicas. En cuanto al cambio climático, habrá que desarrollar al máximo la capacidad nacional de producción de energías limpias.
No menos urgente es el control de la inflación, complicada con el estancamiento económico. Si el problema de la estanflación de los años 70 del siglo pasado fue negarse a reconocer que el intervencionismo del Estado había dejado de ser parte de la solución para convertirse en el problema, hoy es al contrario, la excesiva desregulación de los mercados ha dejado de ser la solución para convertirse en problemas: reducción de la natalidad, ralentización de la revolución tecnológica, desglobalización, ausencia de oportunidades de crecimiento. Todo ello redunda en mayores dificultades para controlar la inflación y clama por la calculada intervención del Estado para desarrollar políticas que respondan a los citados problemas.
La construcción de la Unión Europea es un problema a más largo plazo pero de absoluta relevancia de cara a la implantación de un nuevo orden mundial. Del más al menos urgente pueden señalarse: control de la inflación; asistencia al servicio de la deuda sin descartar la condonación parcial de las deudas nacionales de las economías más frágiles y los socios más vulnerables; agilizar el procedimiento de adhesión de nuevos miembros; evitar la regresión al proteccionismo y redimensionar el plan geoestratégico.
El cóctel de sobreoptimismo y pánico nacionales suele ser muy explosivo. Hay que sacar a la ONU de la UCI y ponerla a trabajar a pleno rendimiento.
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