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Desde 1982, año en el que gané el Premio Cambrils de Periodismo dotado con 100.000 pesetas, con el artículo 'Una orden, una guerra, una vida, no ha cambiado nada. Seguimos igual, e incluso peor, con una clase política en unos casos apática y en ... otros demasiado vehemente, pasional o sencillamente alocada, ególatra y narcisista, con un alto grado de psicopatía.
Decía entonces que los jóvenes quieren vivir en paz. Los ancianos desean la paz. Todos los hombres y mujeres odian la guerra, porque en ella no hay nada más que odio, muerte y destrucción.
Pues no. Hay líderes que embriagados de poder desean ampliar sus territorios y se lanzan a invadir a los que creen más indefensos, poniendo el riesgo la paz mundial.
'Tres carajos les importa' las ilusiones de una vida con trabajo y paz de los demás, la pérdida de los hijos y las hijas de las demás, la muerte de los ancianos, el terror de los niños, la desolación de las capitales, la crisis económica que golpea y machaca a los más pobres, porque ellos están salvaguardados en sus mansiones de sufrir lo mismo que, por su culpa, por su gran culpa, sufren los demás.
Esperpénticos, juegan con el globo terráqueo moviéndolo a su capricho como si de pequeños charlotines se trataran, acusando a los gobiernos de las tierras invadidas de nazis y de fascistas, que ya es echarle cara.
Creíamos que Hitler había muerto, creíamos que las dictaduras eran cosa del pasado, creíamos que los criminales de guerra habían desaparecido... pues no, siguen vivos, como si aún no se hubieran acabado las siete plagas de Egipto.
Pues bien, como decía yo en el año 1982, los que mueren tras las órdenes, los que mueren tras las guerras, los que mueren tras las guerrillas, los que mueren tras las revoluciones son aquellos que no las buscan, y por fatal destino siempre se las encuentran. Son esos jóvenes que están ahí escribiendo una vida nueva y no saben matar, y no saben desertar. Quizás no crean en las fronteras, ni en las armas por su amor a la humanidad, pero creen en su cultura, en su familia, en su gente y en su tierra.
Son los de siempre, los soldados desconocidos. Los héroes sin nombre. Las víctimas incomprensibles de cuatro cacatúas que se soñaron gobernantes, los que tarde o temprano, hasta para morir, necesitan idealizar las órdenes. Hoy digo lo mismo, pero esta vez lo digo más alto porque en esta ocasión no solo mueren los soldados, hombres o mujeres, sino que también mueren los niños y los ancianos. ¡Qué desolación!
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