Orgullo tela, tela de orgullo

Como curiosidad, la princesa había rechazado a varios candidatos casi ancianos de las casas de Portugal y de Francia y a un hermano tarado, siniestro, del rey de Inglaterra, cumpliendo además el propósito de que su futuro esposo tendría que ser español y de su edad y habría de ser ella quien lo eligiera. Era una mujer de rompe y rasga como tantas españolas que hoy existen y que no necesitan para nada un Ministerio de Igualdad que las defienda.

Al reconocer la historia y comprobar de dónde venimos con esta trayectoria de siglos plena de pasión y de éxitos producto del sacrificio y de la vida de mucha gente y de nuestro esfuerzo, se siente íntimamente un orgullo tela, tela de orgullo, de ser españoles.

En los últimos tiempos se necesitó una transición democrática que fue encabezada por Juan Carlos I, padre de nuestro actual rey, Felipe VI, que fue dejando trozos de su vida durante 40 años uniendo voluntades y preservando conductas pensando en España.

Ahora, éstos días, unos corifeos malhablados -los de siempre- le exigen que de explicaciones de su conducta privada de sus últimos años, ya menguado, a pesar de que fue el español más mirado, revisado, investigado e inocente de todos ante la justicia.

Lo hicieron con la connivencia de quienes nos gobiernan, dando voz incluso a una serie de escapados por Europa de la justicia, también de escapados de la cárcel a los que se les abrió el portón y salieron a hurtadillas y de los escapados de la sinrazón, aunque conserven todavía la pistola humeante en la mochila, además de los comunistas del casoplón, los del jamón y los otros.

Todos pidiendo explicaciones al Rey buscando el desprestigio de la monarquía, apresurados, con saña... pero sin calcular que el pueblo que todo lo sabe está con él y con su hijo.

Piden explicaciones quienes deben darlas; los que nos gobiernan, que debieran explicar en profundidad en el ratito que les queda en la Moncloa el porqué de las concesiones a los que quieren destruir España. Incluso, si lo desean, pueden darlas en catalán, en euskera y en gallego como lenguas cooficiales y cumplirían por una vez muy bien la ley.