Orígenes del movimiento antivacunas moderno
El riesgo de la vacuna siempre va a ser menor que el de contraer la enfermedad y nadie ha podido discutir ese dato en los últimos dos siglos
Fernando Calderón
Domingo, 23 de enero 2022, 07:43
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Fernando Calderón
Domingo, 23 de enero 2022, 07:43
La constante aparición de bulos acerca de las vacunas contra la covid ha llevado al director general de la OMS, Tedros Ghebreyesus, a declarar que «la información errónea sobre las vacunas es tan contagiosa y peligrosa como las enfermedades que ayuda a combatir».
Sin embargo, la existencia del movimiento antivacunas no debería sorprender a nadie, ya que es incluso anterior al descubrimiento de las vacunas. El trabajo seminal de Edward Jenner data de 1796, pero se conserva un sermón de 1772 contra la práctica de la inoculación del reverendo inglés Edmund Massey, en el que defendía que las enfermedades son enviadas por Dios para castigar el pecado y que cualquier intento de prevenir la viruela es una operación diabólica. El procedimiento de la inoculación, por cierto, era mucho más peligroso que las vacunas, ya que los inoculados contraían la enfermedad y podían contagiarla.
El movimiento antivacunas moderno ya no se ampara en argumentos religiosos, sino en trabajos como el del doctor Andrew Wakefield, un prometedor gastroenterólogo que publicaba sus trabajos de forma habitual en las revistas más prestigiosas.
Dos artículos suyos aparecidos en The Lancet le convirtieron en el nuevo gurú del movimiento antivacunas. Era coautor del primero, publicado en 1995, en el que se afirmaba que las personas vacunadas con la triple vírica tenían el triple de probabilidades de contraer colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn.
Pero fue el segundo artículo, publicado en 1998, el que supuso una revolución, y dio como resultado un descenso apreciable en el porcentaje de vacunaciones y la aparición de brotes de sarampión, paperas, tosferina y difteria. El artículo, que partía de un estudio realizado sobre 12 niños, relacionaba directamente la vacuna triple vírica no sólo con síntomas intestinales, sino con autismo, encefalitis e incluso psicosis.
Hablando de una vacuna de la que se han administrado más de 500 millones de dosis, ponerla en duda por un estudio sobre 12 casos es, como mínimo, temerario. Sin embargo, no es raro encontrarse con defensores del movimiento antivacunas que recurren a estos argumentos, y se escudan en el crecimiento de las tasas de autismo en las últimas décadas. Sin tener en cuenta que el propio concepto de autismo ha evolucionado, y hoy el diagnóstico es más temprano y con síntomas más leves.
No se suele contar desde los movimientos antivacunas que el doctor Wakefield no se oponía entonces a las vacunas, solo a la administración conjunta. De hecho, el doctor había solicitado una patente para una vacuna contra el sarampión de un solo antígeno, con lo que su interés económico en desacreditar la triple vírica era evidente.
Tras una exhaustiva investigación, el periodista Brian Deer, del Sunday Times, reveló que los datos publicados en el artículo de 1998 estaban plagados de falsedades: el doctor Wakefield había ignorado los síntomas previos de algunos de los niños, y había ocultado que había recibido pagos de los abogados que llevaban demandas multimillonarias interpuestas por padres de niños autistas contra los fabricantes de vacunas.
The Lancet admitió errores en el procedimiento y retiró el artículo en 2010, mismo año en el que el doctor Wakefield perdió la licencia para ejercer en Inglaterra. Ahora vive en Estados Unidos, convertido en apóstol del movimiento.
Las vacunas son las herramientas más efectivas con las que contamos para luchar contra las enfermedades. Son seguras y eficaces. Como todos los medicamentos, pueden presentar efectos secundarios, pero el riesgo de la vacuna siempre va a ser menor que el de contraer la enfermedad, y nadie ha podido discutir ese dato en los últimos dos siglos.
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