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Es posible, concedía Antonio Machado, que un pueblo que tenga algo de Don Quijote «no sea siempre lo que se llama un pueblo próspero». Sin embargo, esto no significa que su existencia sea superflua para la cultura humana, y que no tenga misión ... o «un instrumento importante que soplar dentro de la total orquesta de la historia». Esta metáfora nos viene a propósito para plantear idéntica pregunta en la relación de Cantabria con España.
En vez de la total orquesta humana, consideremos sólo España como una particular 'orquesta nacional', donde sus territorios tocan los instrumentos en los que están especializados. ¿Cuál es el de los cántabros? O, formulado de otra manera, ¿cuál será la misión y función de Cantabria dentro del Sistema España?
En estos días primaverales volverán las oscuras golondrinas de nuestro balcón sus urnas a colgar para la puesta de la siguiente generación de votos. Todos reclaman el apoyo de los montañeses para una idea de país. Todos, si no andan despistados o bajos de azúcar, prometen una serie de actuaciones fundamentales que, desde los edificios del poder central, realizarían en nuestro feliz provecho. No es que no se agradezcan las buenas palabras, e incluso la buena voluntad que a veces se entrevé. Sin embargo, nadie nos ha hablado jamás, que yo recuerde, de si Cantabria va a estar encargada del arpa, de un violín, de un contrabajo (con-trabajo sí que nos haría falta más gente, la verdad), de los timbales o del oboe. Todo el que viene pide que se le entregue la batuta de la orquesta nacional, e incluso los más elaborados tararean alguna melodía programática, pero nadie nos propone que ocupemos una silla concreta en la escena del concierto.
Diez años antes de que Machado pusiera en palabras de su ficticio maestro de gimnasia y retórica Juan de Mairena estas consideraciones orquestales, el hispanista Edgar Allison Peers, profesor de la Universidad de Liverpool, que llevaba tiempo organizando en Santander unos cursos de verano para estudiantes anglosajones, tenía claros algunos vectores de futuro. En su libro de 1928 sobre Santander, publicado en Nueva York por la editorial Alfred A. Knopf, expresa su convicción: «Para el Santander de mañana –o el de dentro de cien años– el profeta puede predecir una grandeza de dos tipos. Es casi seguro que se convertirá un lugar costero de reputación internacional y será probablemente una ciudad universitaria importante». Esto último, debido al legado de Marcelino Menéndez y Pelayo.
Al año siguiente se abrió Valdecilla, y tres después había aparecido en las antiguas dependencias regias la Universidad Internacional de Verano, título que a Peers le pareció un poco pretencioso. Hombre portuario acostumbrado al tráfico de Liverpool y que tenía experiencia con la que comparar, no depositaba mucha fe en el porvenir santanderino en esta faceta. Quizá se equivocaba en esto, pues ser hispanista no implica saberlo todo de España.
Pero vemos que ya un profesor inglés de hace casi un siglo tenía la visión general de lo que podía ocurrir, y que durante sus estancias sucedieron más novedades que hoy forman parte de nuestro paisaje, como la UIMP o Valdecilla, transformaciones de aquellos proyectos iniciales. Volvamos, pues, a la pregunta: ¿Cuál será nuestro instrumento en la orquesta nacional española?
Nuestra contribución al turismo está en alza, y con proyectos culturales que nos darán alegrías, creemos, en los próximos años. Falta, para mi gusto, conseguir con el Museo del Prado lo que se ha logrado con el Reina Sofía: una sede asociada donde algunos fondos de la pinacoteca nacional, que hoy duermen encajados en los sótanos, se exhiban en préstamo temporal. El Edificio Macho podría ser un emplazamiento.
Asimismo, veo poco meditada la propuesta de convertir Correos en un Parador. Sería mejor un museo temático de la época que ha marcado tanto la vida de Santander como la de España: la Restauración alfonsina. El periodo que va desde la derrota en Cuba en 1898, amargamente sentida en el puerto cántabro, hasta el exilio del rey en abril de 1931, que privó a la ciudad de su veraneante de postín. Su historia es la del dramático fracaso del liberalismo en España, pero también la del nacimiento de lo contemporáneo. Bien merece Alfonso XIII ser recordado en la ciudad que más le debe.
Nuestra función universitaria puede mejorar en el caso de la UIMP y de algún proyecto que comenzó como 'de estado' pero que no acaba de completarse, en Comillas. Por su parte, Valdecilla, con iniciativas como la terapia de protones, puede reforzar su misión dentro del Sistema Nacional de Salud. Mas todo esto aún lo tenemos en el alero.
Seguramente debe preocuparnos también la poca visión que los estadistas españoles, en general, han poseído sobre la función de Cantabria como ruta del Atlántico a Castilla y como cabecera del Ebro y, con ello, del corredor entre Atlántico y Mediterráneo que el gran río prácticamente dibuja en el mapa. No son nuestras autovías y ferrocarriles para nosotros solos, sino para esa función española de unir las altas llanuras centrales y las planicies azules del Cantábrico; para el eje ibérico de Sagunto a Santander; para resucitar las viejas tierras de Amaya, meridionales de Cantabria y septentrionales de Burgos y de Palencia. Que son también funciones para revivificar una España de pirámide invertida y desértica. Una España que fue siempre minera y, por ello, industrial, de la sección de metal de la orquesta patria.
En la época de Allison Peers, Cantabria sabía su función en el conjunto. Capital veraniega; armamento naval y astilleros; ubre de la patria sedienta de lácteos; exportadora de materias primas minerales; intercambiadora portuaria de agricultura castellana y ultramarina, de manufacturas nacionales y foráneas; punto de innovación en sanidad hospitalaria; cursos de español para extranjeros. Estas bases se recobraron y ampliaron poco a poco tras la guerra civil, con excepción de la capitalidad alfonsina (es sabida la preferencia de Franco por San Sebastián, en cuyo Palacio de Ayete veraneó desde 1940 hasta su muerte).
Más que anuncios de que se tocará esta o aquella sinfonía una vez obtenida la batuta de director de España, necesitaríamos que los candidatos nos buscasen empleo concreto en la orquesta nacional, es decir, misión que cumplir o, como decía Machado, «instrumento que soplar».
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