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Todas las cosas del mundo evocan hoy el famosísimo chiste del oso que no reproduciremos aquí para no escandalizar a los lectores. Vemos las noticias ... y los episodios olímpicos y pensamos en aquel fantástico desenlace: «Me parece que tú no has venido aquí a cazar». Es tan abrumador el desfile audiovisual de personalidades huecas o, directamente, maléficas que merece la pena preguntarse si la decadencia es una opción deliberada o si, por el contrario, somos víctimas de la peor suerte. Ateniéndonos a la política cercana, no hay duda de que la derecha española no ha venido aquí a cazar. Resulta imposible explicarse los movimientos y los discursos del Partido Popular (no digamos de Vox y su gusto por presentarse como el equipo de los supervillanos) desde un enfoque de sensata y constructiva competencia electoral. Los portavoces exhiben su inane juventud, aún envueltos por la sombra de la corrupción y la malísima prensa que impide su despegue sin ataduras. Los tribunales, por su parte, continúan colmados de los Fernández Díaz, Bárcenas y demás ralea; individuos que son casi ya el paradigma del pillaje y el cliché de la inmoralidad pública.
La izquierda, que, por supuesto, no goza de un plantel más inspirador, se beneficia de la crisis de atención que sufren los rivales, estimulada por una opinión pública sujeta a las causas posmodernas y a un maniqueísmo que, a la larga, promete ser incompatible con las libertades. Pero, la derecha, lejos de asumir los cambios, continúa fiel a las viejas coordenadas (el patriotismo, la familia, la religión y la empresa); como si estas pudieran seducir al personal, ya muy lejos de cualquier abstracción, y confluir en una receta digerible en pleno siglo XXI.
Esta parálisis ideológica que padecen los liberal-conservadores tuvo también su reflejo en Tokio, donde Novak Djokovic, engallado, se refirió de la siguiente manera al abandono de Simone Biles: «La presión es un privilegio, amigo». Una frase contundente que nos retrotrae a aquella otra de Rodrigo Rato: «Es el mercado, amigo». Ambas buscan el desvelamiento de una realidad considerada incómoda cuando ya está proscrita. Un simple error de cálculo.
Continuaba el número uno del tenis: «Si tu objetivo es estar en la cima de tu deporte, lo mejor es que comiences a aprender a lidiar con la presión». Nadie secundó estas palabras que, por otra parte, son perfectamente razonables desde una perspectiva convencional de su oficio. Hasta Gabriel Rufián, que es nadie, tuvo su momento en las redes afeando al serbio sus declaraciones antisistema. Djokovic fue a que lo cazaran porque pensó que el deporte había sobrevivido intacto en una época en la que el espectáculo es Rocío Carrasco.
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