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Hay sensaciones y sentires que no se pueden expresar con plenitud al escribir, porque su belleza desborda la palabra entregada al texto o musitada a la persona amada. Como en nuestra región, cuando un nuevo otoño los bosques susurran sentimientos al alma de quien con ... romanticismo y pasión admira su belleza.
En las brañas de los hayedos entreverados de tejos, castaños y robles, desde Arria y Tanea en Lamasón y Peñarrubia a Sejos, Cervalizas o Cirezos en la Hermandad de Campoo resuenan los cánticos de desafío de los venados, mientras las cimas se orlan con las primeras nieves. Con el ganado apartado en los establos al resguardo de lobos y osos, la hierba mezcla en las cuadras su recio aroma con el ácido olor del cuchu de las tudancas. Los manzanos y los perales perdieron la hoja, y aguardan las últimas reinetas su recolección. Las endrinas y las gencianas están listas para el pacharán y el licor. Nueces, castañas y avellanas se sirven en las magostas de los pocos vecinos de nuestras aldeas, acompasada la música de la gaita, el tambor y la voz de las tonadas asturianas y montañesas con el crujir en el fuego de las castañas. El té de monte calienta en los pucheros. Y las mermeladas y dulces de moras, ciruelas y ráspanos son el postre a la sopa caliente, las tortillas de manzana y calabacín, y los boronos, jijas y costillas de las primeras matanzas asados en las brasas de quejigo.
Ocasos de nieblas velan los picos, y en los bosques las oréadas y las dríadas danzan con las náyades en los purísimos regatos del seno de nuestras montañas: Latarma, Ajotu, Tanea, Trespeñuela, Bucías, Espinas, Saja, Infierno, Diablo, Cervalizas, Cirezos..., todos refugios misteriosos de las ninfas. Parece que las tardes transcurren con mayor lentitud, como si el otoño diese la oportunidad de contemplar sus frías noches de estrellas donde Orión persigue a las Pléyades, mojarse con la fina lluvia que empapa prados y forestas, y ver el multicolor ballet de las hojas en mortal baile con el viento. Eros y tánatos de la creación: eros de los sentidos con la pasión romántica de quien es parte animal de la naturaleza; tánatos que por las misteriosas razones del corazón guía a quien con humildad espiritual eleva la inteligencia de la muerte a la vida, de lo finito al Todopoderoso.
Otoño en el que se reza en los camposantos a quienes nos cuidan desde los luceros del firmamento mientras sus tumbas se adornan en un gesto sublime de ternura en cada flor depositada en su memoria. Los creyentes musitan plegarias a Dios por ellos, que descansan en el amor eterno allende el reino obscuro de la muerte. Y con los no creyentes comparten la sabiduría de tradiciones funerarias milenarias al visitar a sus fallecidos cada mes de noviembre en el cementerio, y sienten vivo el amor de sus amigos y familiares, y evocan las caricias y el amor de quienes rindieron su ser al Creador. Repican las campanas al toque de difuntos, se enrreguñan junto a la lumbre del hogar los ancianos y desgranan leyendas y cuentos de antaño a los pocos jóvenes que les mitigan la soledad de la vejez, relatos hechos mito y mitos metamorfoseados en relatos. El humo de las chimeneas se hermana con el gris de la cellisca. Las calles duermen desiertas, los mayores arreglan el ganado, los pocos niños regresan de la ruta escolar entre risas inocentes y su alegría infantil rasga las sombras de la tristeza otoñal: el amor es más fuerte que la muerte. Naturaleza y hombre, muerte y vida, sentidos y sentimientos fundidos cada año de manera indeleble en las costumbres de nuestras aldeas de Lamasón y Campoo, como en tantos otros pueblos de Cantabria, del resto de Castilla, de España. Tradiciones de amor a lo creado que guían al Creador, porque quien con humildad y romántica pasión es humilde al vivirlas es capaz de aprehender en la razón un poco de la sabiduría que cada otoño dona la naturaleza a la inteligencia. Sabiduría existencial más necesaria que nunca este otoño, porque sólo por la belleza trascendente de la naturaleza ¿dónde están ahora las vulgares risas de las calabazas del Halloween? se puede entender un poco el misterio de la muerte en el que nos ahoga el maldito coronavirus.
Quiera el Creador que este otoño el abrazo de ciencia y fe, de naturaleza y hombre, triunfe sobre el asesino covid, fruto podrido -no albergo dudas- no de nuestros bosques, montañas, ríos, brañas y aldeas, sino del corazón emponzoñado de algunas malas personas. Sí, Dios quiera, y la ciencia y la fe lo logren, que después de este otoño, naturaleza y el hombre renazcamos en una nueva y bella primavera.
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