La bronca de Trump a Zelenski

Persistir en la guerra sin horizonte diplomático es condenar a Ucrania a un sacrificio inútil. Cada día de conflicto engrosa la lista de muertos y llena los bolsillos de quienes comercian con la destrucción. EE UU, con su pragmatismo, entiende que la victoria no está en prolongar la batalla, sino en asegurar un acuerdo que impida una guerra eterna.

Europa, en su ceguera, ignora que Ucrania no es homogénea. Su oriente, ligado histórica y culturalmente a Rusia, reclama autonomía, y negarlo sólo alimenta la fragmentación. Cada misil sobre Donetsk acerca más a la OTAN y a Moscú al desastre.

Estados Unidos, con su capacidad real de presión, puede impulsar una solución que exija concesiones mutuas: autonomía limitada para las regiones prorrusas y una retirada controlada de Rusia. No es claudicación, sino realpolitik.

Estados Unidos concentra inversiones en su territorio, aumentando su liderazgo tecnológico y financiero. Europa y Japón deberán elevar su gasto en defensa, mientras China se enfrentará a una crisis económica por restricciones comerciales. La influencia de Trump se consolida, generando una transformación en la política interna y externa estadounidense.

Criticar a Washington por defender sus intereses es hipocresía: todas las potencias lo hacen, pero pocas aportan soluciones tangibles. Si queremos evitar una catástrofe global, es hora de abandonar los discursos vacíos y apostar por la estabilidad.