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El comercio mundial, que en otros tiempos fue noble cauce de prosperidad y entendimiento, yace hoy zarandeado por tormentas de capricho y nación, donde el ... arancel se blande no como escudo, sino como látigo. No es menor la amenaza cuando el país que sacude los cimientos del orden mundial es quien otrora fue uno de sus arquitectos. Tal es el caso del señor Donald Trump, cuyo verbo incendia y cuyas medidas perturban hasta al más templado de los mercados.
La Unión Europea, y con ella España, no puede entregarse al letargo, ni contentarse con declaraciones de moral distraída. Es preciso obrar. Y obrar con ciencia, concertación y previsión.
Alemania ha dado ejemplo digno: en medio de sus cuitas políticas, ha sabido concertar acción entre gobierno y partidos, estableciendo una posición común que fortalece su economía y protege su industria frente al vendaval estadounidense.
España ha de seguir tal ejemplo, no con copia servil, sino con espíritu reformador. Urge la creación de un consejo económico de carácter mixto, donde el gobierno, los agentes sociales y las empresas tracen, con mano firme, la estrategia común para blindar los sectores vitales y anticipar disrupciones futuras. No hay política económica sin alianza con quienes producen, innovan y arriesgan.
Y, sobre todo, debe evitarse la dispersión de recursos en caprichos de partido o intereses territoriales mal avenidos. Como bien advirtió uno de los paladines de la Escuela de Salamanca, Luis de Molina, «el precio justo nace del consentimiento mutuo entre comprador y vendedor, sin coacción ni fraude». Así también, el equilibrio económico ha de ser fruto de pactos racionales, no de imposiciones arbitrarias. Porque, como sentenció con razón Jovellanos, «nada hay tan contrario al interés común como el desorden de los intereses particulares».
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