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El 25 de abril de 2024, Mario Draghi, prócer de la economía y cirujano de crisis, presentó su receta para curar a Europa de su ... dolencia: 800.000 millones de euros en inversión para dotarla de músculo económico, independencia energética y seso tecnológico. Mas Bruselas, con la clarividencia de un tuerto en noche cerrada, ha decidido usar la misma cantidad no para engrandecer a Europa, sino para armarla hasta los dientes y endeudarla hasta el cuello.
Mi pluma tiembla al escribir que la Unión Europea, antaño tan avara en el gasto social como pródiga en la penitencia fiscal, ahora abre la bolsa con la alegría de un nuevo rico en feria. Ni más ni menos que 150.000 millones de euros en préstamos, camuflados bajo el sayo de la cláusula de escape fiscal, permitirán a los Estados engordar su deuda sin que el déficit lo delate, como quien oculta la peste bajo una alfombra de terciopelo.
Y todo esto, ¿para qué? Para dotarnos de más pólvora que prudencia, para convertir los fondos de cohesión en munición y las arcas del Banco Europeo de Inversiones en una póliza a favor de la industria bélica. Mientras tanto, Europa sigue tan dependiente del exterior como un mendigo de su benefactor, entregada al capricho energético ajeno y rezando por chips que no fabrica.
Así se gastará Bruselas 800.000 millones de euros, la misma cifra que Draghi propuso en su momento para poder hacer de nuestro continente un titán económico en vez de un coloso de barro armado. Y aquí yace la cuestión: ¿queremos una Europa próspera o una fortaleza con los bolsillos vacíos?
Pero la historia no engaña: no fueron las balas, sino las bancarrotas, las que derribaron imperios. Y la vieja Europa, con más deuda que juicio, parece haberlo olvidado.
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