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Veinticuatro años han pasado desde la irrupción del milenio y aún somos incapaces de medir sus intenciones. Ignoramos, por ejemplo, si los episódicos bélicos y ... pandémicos guardan alguna promesa; si, en definitiva, su despliegue fatal se resolverá con frutos de salvación. O si, por el contrario, todo irá agravándose sin remedio hasta la catarsis final. Por ahora, avanzamos, mal que bien, alimentando nuestras sospechas: las élites, los políticos, Rusia y China, la fragilidad de todos los compromisos. Las víctimas varias.
La queja se ha adueñado del mundo y de nuestra palabra, limitando la felicidad posible y estrechando el territorio del rigor. Todo es peligro, nada satisface a los espíritus más nobles. Nadie da ejemplo. La influencia digital y el analfabetismo normalizado.
Sin embargo, bajo esa superficie de aburguesada queja y menús a domicilio, el planeta continúa respirando en circuitos absolutamente alejados de la actualidad mediática y sus proyecciones. Los mejores continúan en su oficio y cultivan el buen trabajo por el bien del personal. Apenas reconocidos por un público mucho más atento al activismo de mecha corta, estos individuos han preferido la formación seria y constante; la acción concreta sobre algún punto del espacio.
Existe mucha gente así; más de la que parece. Hoy, por ejemplo, pienso en Alejandro Gállego Cuevas, jefe del servicio de Centros de la Consejería de Educación, Formación Profesional y Universidades del Gobierno de Cantabria, recientemente distinguido por el rey Felipe VI con la Orden del Mérito Civil. La trayectoria de Gállego Cuevas responde, precisamente, a ese ámbito de la realidad que se escamotea al ciudadano medio. Un trabajo consciente, empeñado en mejorar la educación de todos y en apuntalar instituciones que promuevan el acceso de la población al saber. Nada más revolucionario que esto.
Alejandro, a quien tengo el privilegio de conocer desde que yo era un niño que visitaba a su padre en la Dirección Provincial del Ministerio de Educación y Ciencia, ha compartido actualidad con otros triunfadores de lo cotidiano. Hablamos, por supuesto, de los responsables de los proyectos del lince ibérico, especie que, gracias a la labor de estas personas enfocadas en salvarlo, ha dejado de estar en peligro inminente de extinción.
La Educación, el medio natural, los trabajos sin el brillo de la moda o las frases hechas; esto es, sin la parafernalia de quien se arroga el derecho a resumir el presente, a vetar al enemigo o a imponer una moral propia sobre el prójimo. Qué maravilla un mundo centrado en elogiar a mujeres y hombres satisfechos con una dedicación de horas de anónimo esfuerzo y recompensas no siempre inmediatas. Qué adultos seríamos todos y qué sociedad tan bien avenida.
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Ana del Castillo
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