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Como tantos irresponsables del mito y de la historia –desde Ícaro, el de Dédalo, hasta Jesé Rodríguez–, la pobre Begoña Suárez cree que la juventud es suficiente. Hablamos, entiéndanme, de la juventud como se estila ahora: con desenfado audiovisual, a golpe de clic, en un ... ágora consagrada por entero al victimismo y al verbo adolescente. Las únicas imágenes disponibles de la enfermera de Cádiz muestran a una indignada portavoz de un trío de profesionales (las otras dos son, respectivamente, granadina y donostiarra) que se queja, en una sala del hospital Vall d'Hebrón de Barcelona, del requisito del idioma propio («el puto C1») para aprobar las oposiciones en Cataluña. Begoña mira a cámara y exclama, vivaz y altanera, que ella no piensa apuntarse a ningún curso para aprender catalán, que faltaría más. Sus compañeras muestran mayor flexibilidad o resignación.
¡Ay, Begoña! Por tu irreverencia se te han echado encima todas las fuerzas vivas; desde la dirección del propio centro al consejero de Salud de la Generalitat. Todos anuncian castigos ejemplares y tú estás muy lejos de casa. Dado que hablamos de una muchacha joven, abrumada por la represión, imaginamos que los sindicatos –la vanguardia del proletariado– le habrán mostrado su solidaridad de clase. Pues no, oiga, tampoco. De hecho, habría sido, precisamente, la UGT quien convirtió el desgraciado vídeo de Tik Tok en una cruzada identitaria.
Como ya hemos tomado la decisión de que la palabra España es un veneno destilado por la extrema derecha, no cabe esperar que la libertad de expresión de esta mujer sea del interés de las mareas «de progreso» y de los manifestantes por la sanidad pública. Los aplausos desde los balcones y la canonización de los sanitarios con la que se clausuró la tragedia del covid-19 no alcanzan a inmunizar a la enfermera gaditana. Y, mucho menos, si no se tiene enfrente a Isabel Díaz Ayuso, auténtico monstruo privatizador. Al fin y al cabo, Begoña no ha pedido que ninguna banda terrorista introduzca una bala en la cabeza de nadie. Ni ha dedicado canciones a ningún etarra, como algún nominado a los Goya. Es una chica que se duele de que el conocimiento del idioma español no sea suficiente requisito para obtener una plaza como enfermera en España. No merece pancartas.
La cosa, para Suárez (mujer y trabajadora del sector público), pinta regular, pero no se preocupen, que aquí nadie va a ser guillotinado. Seguramente, pasará unos días malos de indeseada popularidad digital y mediática (y de mimos familiares) y recibirá una sanción administrativa. Eso sí, cuando termine su calvario, los revolucionarios de la inclusividad nos seguirán hablando, solemnemente, de violencia política y de fascismo.
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