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Afortunadamente, la izquierda extrema debía de estar mirando hacia otro lado porque, de lo contrario, no se explica que el centenario de la muerte de Lenin haya pasado sin pena ni gloria por las redes y las calles de esta España mía, esta España nuestra, ... siempre dispuesta a enarbolar las banderas totalitarias en perjuicio del buen gobierno. Sea como fuere, abstengámonos de mentar la bicha, no vaya a ser que sus burócratas se den por aludidos, o que tomen nuestro alivio por una provocación. Si la cosa comienza a discutirse y algún representante particularmente combativo de la derecha o de la izquierda sensata (alguno tendrá que quedar) pretende recordar a las numerosísimas víctimas del golpista ruso (ninguno en la historia con mejor prensa), este país se convertiría rápidamente en un parque temático a mayor gloria bolchevique. Así que, chitón.
Es posible que esta distracción responda a que sus fuerzas están ahora mismo desplegadas en el frente, donde Sumar y Podemos buscan exterminarse a la manera progresista, esto es, con purgas y movilización de masas. La política, cuando permanece en su jaula, puede dar buenos espectáculos e, incluso, actualizar las viejas querencias y los lamentos por la revolución que no pudo ser. Claro que antes de esta farsa posmoderna, cuando los estados realmente se incendiaban en los aquelarres del compromiso, los enfrentamientos terminaban en campos de concentración y piolets en los cráneos y no con un tuit desganado. Todos estaremos a salvo mientras estas personas ambiciosas y peligrosas no crucen la frontera del poder. Si se quedan el tiempo suficiente embebidas en sus problemas de cargos y moquetas, terminarán como terminan todos los radicales, es decir, reducidos a una secta minúscula.
Pero, ojo, no se equivoquen: sus ansias de venganza y represión no terminarán con el mutis de sus antiguos camaradas. La historia tiene episodios en ese sentido. En 'Archipiélago Gulag' –obra de cuya primera edición, como ya dejamos apuntado en otro texto de este mismo periódico, se cumplieron cincuenta años–, Aleksandr Solzhenitsyn descarta que el terror soviético se limitase a los llamados Procesos de Moscú y anota: «Antes se produjo la riada (…) que arrastró a unos quince millones de campesinos (si no fueron más). Los campesinos son, sin embargo, un pueblo mudo y sin escritura y no nos legaron quejas ni memoria».
Despojados de cualquier medio de expresión institucional que no esté directamente manejada por los partidos, disfrutemos de este tiempo de tregua y representación fratricida. Y congratulémonos de que la bomba atómica no cae sobre nuestras cabezas y queda lejos, aún, probándose en un atolón controlado en el que, por ahora, ay, sólo ellos militan y son purgados.
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