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Bombardeaba Irán a Israel –en un ataque, nos dijo Borrell, «disuasorio»– y el desnatado individuo occidental, embebido en el fulgor televisivo, llegaba a pensar que el destino se muestra cruel al confrontar a esta generación (precisamente a esta) con promesas de guerra inevitable. No es ... ninguna broma. Desprestigiadas las instituciones de la sociedad abierta y sepultada la población mundial bajo una hipnotizante avalancha tecnológica, poca filosofía podrá hacerse de un enfrentamiento apocalíptico entre potencias nucleares.
Hace tiempo que la juventud 'mejor preparada de la historia' cortó amarras con la tradición del pensamiento, con la cultura clásica y, evidentemente, con las otrora dominantes capitales del espíritu. La rapidez con la que viajan los datos en nuestros teléfonos inteligentes solapa las escenas más sangrientas de una guerra con los tráileres de la última ocurrencia de Disney o las nuevas sectas que combinan identidad y género, estoicismo y gimnasio, videojuegos y analfabetismo. El anterior periodo de entreguerras segregó obras mayúsculas como el 'Trilce', de César Vallejo, o 'La tierra baldía', de Eliot. Pero, no sólo. Por los años veinte y treinta del siglo pasado, entre los demonios del nihilismo genocida, transitaron también los Jünger, Musil o Joyce, barruntando el específico carácter destructor de aquel 'Zeitgeist'.
Hoy, no tenemos a nadie que explique el asunto porque los portavoces de la intelectualidad ya no esconden su condición de políticos en comisión de servicios. Poco importan los años empleados en conquistar una cátedra o en cincelar una obra de arte enjundiosa y con empaque. Hablan el mismo lenguaje del partido y apuntalan los discursos del poder. Las series –herederas del difunto invento de los Lumière– fueron una promesa de verdad cruda, un alimento cotidiano contra el maniqueísmo, pero hoy decaen ante la omnipresencia 'Woke'. No quedan asideros culturales que puedan contrarrestar e impedir la tendencia general al desastre. Hay reductos, claro, pero muy minoritarios y poco atractivos, como los monasterios medievales.
En definitiva, uno contempla el brillo de los drones sobre Tel Aviv, la guerra en Gaza, el terrorismo en Moscú y la resistencia en Kiev e, inmediatamente, cambia el foco e ilumina a los discípulos del tal Llados, que pretenden superar la insignificancia a la que los condena el mundo a fuerza de madrugones y 'burpees' (búsquenlo en Internet) para, de alguna manera mística, enriquecerse, comprar unos cuantos 'lambos' (así llaman a los coches de la marca Lamborghini) y mudarse a mansiones de veinte millones de dólares. Pues bien, con estas herramientas afrontaremos la transformación absoluta de nuestros países y nuestras vidas. Lo peor es que hemos despreciado tanto la verdad que puede que no nos demos cuenta de todo lo que está en juego.
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