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El invierno propicia una suspensión de las cosas. Hablamos, claro, de este invierno en particular, que nos llega después de la inverosímil prórroga navideña. La estación más triste es únicamente superada por la promesa, aún lejana, de la primavera y su fértil amaneramiento. Todavía queda ... mucho para eso. El personal debe batirse, aún un par de meses, con la humedad y el frío, echando mano del tópico de la película y la manta. O de la música y el libro, cuya escucha y lectura se interrumpen en la observación ensimismada del paisaje.
Si en los años adolescentes, la banda sonora la firmaban Simon & Garfunkel (su álbum de 1966, 'Sounds of Silence', casaba bien con la llovizna al otro lado del cristal; con el invierno dejado fuera), el progreso trajo a Bon Iver y su debut, 'For Emma, Forever Ago' (2007). Hay una misma predisposición al recogimiento, a la muralla que nos protege de la crudeza del mundo. Las canciones parecen enredarse en los flecos del frío.
El ritual se reproduce en sintonía con la felicidad de hibernación. Los pensamientos acortan el paso y la querencia por la acción. Podría ser este un buen momento para reducir la velocidad del planeta. Cubierto por la manta y con la película en pausa, uno llega a reflexionar sobre muchos temas, también, cómo no, de actualidad. Lo de Piqué y lo de Alves, por ejemplo. O la 'ley Trans' y su némesis: Vox en Castilla y León. Y, evidentemente, Ayuso y los insultos en la Complutense.
Todo lo nombrado tiene su peso. La idealización de la vida como un periodo de descubrimiento paulatino de las esencias del universo no casa bien con el presente de estímulos audiovisuales. Un escándalo sucede al anterior. Y así vamos, poco a poco, hacia el desenlace final: la unificación del poder en pocas manos. China como horizonte.
El cristal que protege del frío es también un límite. El dolor no penetra, pero tampoco permite la salida. Es una alegría de frontera. Los cristales son buena metáfora siempre. Se habla, por ejemplo, del techo que impide a las mujeres prosperar en sus carreras. Yo añadiría el techo que detiene cualquier impugnación del sistema clientelar de nuestro país. Citemos el caso de Fernando Savater, quizás el intelectual español más valiente de los últimos cuarenta años, cuyo fracaso a la hora de conciliar a los distintos actores políticos en un mismo proyecto cívico lo ha convertido para medios afines al poder (y para los militantes digitales) en un portavoz madrileño de «ultraderecha» que, injustamente, enmendaría la plana al Gobierno.
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